martes, 13 de agosto de 2013

VEINTICINCO MESES CORRIENDO: DIVERSIFICANDO Y DESOBEDECIENDO.

Como niña con plantillas nuevas
El verano, sobre todo cuando viene como tiene que venir, como este año, es la mejor época para practicar deportes al aire libre, siempre y cuando no se hagan en las horas de mayor calor. Por lo tanto, es lógico dejar un poco de lado el running para hacer otras cosas, y eso es lo que me está pasando a mí este año.

Como ya comenté en una entrada anterior, a mediados de julio me decidí a pasar por un centro ortopédico a hacerme unas plantillas a medida, porque empezaba a tener demasiados dolores concentrados en mi pierna izquierda y además en zonas críticas: tobillo, rodilla y ciático. Mientras esperaba a que me las hicieran, y aprovechando que la ola de calor invitaba a correr más bien poco, decidí centrarme más en la natación, siempre sin descuidar el running. El problema es que yo no puedo nadar. A ver, nadar sí que puedo, pero supuestamente por mis cervicales no debo hacerlo a braza, que casualmente es el único estilo que domino un poco.

Lo gracioso del asunto es que mi problema de cervicales es de nacimiento, simplemente tengo muy poco disco de separación entre c3-c4-c5, y eso jamás me había dado dolores ni problemas hasta que empecé a trabajar y a conducir y, en una palabra, me incorporé a la estresante vida de adulto en toda la extensión de la palabra. Cuando era niña y adolescente nadaba a braza horas y horas y jamás tuve la menor molestia en el cuello. Jamás.

Así que nada, aprovechando que tengo una piscina a mano, en julio empecé a nadar a braza unos pocos metros al día, trescientos o cuatrocientos, sobre todo con vistas a mantener la costumbre en invierno un día a la semana con el objetivo de fortalecer un poco el tren superior, el cual tengo bastante menos musculado que el inferior. Y sí, en dos días ya me dolía la musculatura del cuello y la espalda, cosa que ignoré. Teniendo en cuenta que a la vez tocaba la guitarra dos horas diarias, cosa fatal para el cuello, oiga, no sabía muy bien a qué achacarlo. Entonces mi querido churri, que se defiende en el agua bastante bien, se ofreció a enseñarme de una puñetera vez a nadar a crol. Y ahí llegó el horror.
Se me da fatal coordinar y la natación debe de ser de lo peor para los patosos: eso de controlar a la vez brazada, pierna, cabeza y respiración no está hecho para mí. Para empezar, me torcía, cosa que subsané usando gafas de bucear. Lo segundo y peor: el patrón de respiración. Practicaba en una piscina de ocho metros y era capaz de dar seis brazadas sin respirar porque, de intentar hacerlo, se me llenaban boca y nariz de agua con la consiguiente sensación de ahogamiento. ¡Impresentable! Y eso por no hablar de la capacidad pulmonar, que en el agua me da la impresión de que tengo dos uvas en vez de pulmones. Está claro que la práctica del crol pasa por abandonar el tabaco si no quieres palmar por agotamiento. Al mismo tiempo, iba mejorando la técnica de braza para no forzar demasiado el cuello, sacando muy poco la cabeza del agua , sólo lo mínimo e imprescindible para respirar, y en eso sí he mejorado. Así que espero poder añadir un día de natación semanal a mis entrenamientos a partir de septiembre. Eso sí, ni Cristo resucitado me verá en público nadando a crol, me muero de vergüenza solo de pensarlo. Esperemos que a la hora de comer esté la piscina vacía y pueda hacer medio largo, porque ni de coña me veo terminando veinticinco metros seguidos a crol sin ahogarme.

perfil de mi pie izquierdo
Entre pitos y flautas y ahogamientos llegó el día de recoger las plantillas y cambiar la piscina por los pedales, ya que empezaba mis vacaciones en la playa. Esperaba estrenarlas con un rodaje suave esa misma tarde, pero la ortopedista me hundió en la miseria al decirme que todavía no podía correr  con ellas, como mucho andar y correr un poco, que el período de adaptación era de seis semanas y que, al estar modificando la pisada, podía tener agujetas en otros grupos musculares hasta que las patas se acostumbraran al cambio. En resumen: que había que hacerles un rodaje.

perfil de mi pie derecho
El problema es que soy desobediente por naturaleza y que, al igual que me prohibieron la braza y la sigo practicando, hice poco caso de la ortopedista. Anduve el primer día, sí. Anduve y corrí el segundo, pero el tercero no podía más de las ganas y ya corrí todo el tiempo. Rodajes cortos, de cuatro, cinco o seis kilómetros y a trote muy cochinero. Usé también las plantillas con otras zapas para andar e ir de senderismo y por ahora no puedo más que congratularme de habérmelas hecho. Ni una agujeta, ni una. El dolor ciático y el de tobillo han desaparecido. El de rodilla aún persiste al bajar escaleras, pero muchísimo más matizado. A ver qué pasa en septiembre, cuando el volumen de kilometraje semanal se duplique. Por ahora estoy a mínimos, unos diez u once kilómetros a la semana, cuando lo normal en mí es hacer en torno a los veinticinco, pero, como he dicho, en estos momentos estoy en modo vacaciones y alternando con la bicicleta y los paseos. Lástima ser tan torpe, porque tengo aquí al lado una pista de paddle, pero ya he dicho alguna vez que los deportes con cosas en las manos o en los pies no están hechos para mí.

Pues nada, que este mes me he hecho 36 kilometritos de nada corriendo, pero menos da una piedra, ¿no? ¿Qué tal lo lleváis vosotros en verano?

lunes, 12 de agosto de 2013

UN DÍA DE SENDERISMO: III SUBIDA AL MONTE PINDO










Playa de Carnota desde la cumbre del monte Pindo.
Fotos propiedad de Fata Morgana y Eva Quintela


 No todo en esta vida va a ser correr, y creo que ya comenté alguna vez que también me gusta el senderismo, así que aprovechando mi veraneo en la preciosa villa de Ézaro, una vez cada dos o tres años aprovechamos para hacer el ascenso hasta la Moa, el pico más alto del monte Pindo, a seiscientos metros de altitud. Quizá piensen ustedes que es una burrada, pero en absoluto, valga como prueba saber que mi hijo subió por primera vez con siete años, así que...
En fin, que aprovechamos el primer día de nordeste (garantiza día despejado e inmejorable visibilidad) para subir a comer. El ascenso lleva más o menos hora y cuarto, la bajada unos cincuenta y cinco minutos. En total, entre la sesión de fotos, el picnic y toda la pesca, estuvimos cuatro horas.
Hay varias rutas para subir, tres hasta donde yo sé: desde la aldea de O Fieiro, la más fácil, porque ya partes de 300 m de altitud, la que parte del nivel del mar en O Pindo y una tercera más tendida pero también más larga desde Caldebarcos. La de O Fieiro son siete kilómetros en total, ida y vuelta.


Carnota, espectacular al fondo



Ya se ve la Moa, ya se ve

 El encanto de hacer es la ruta es, como ya habrán adivinado, la vista. De las tres veces que he subido ésta ha sido la mejor en este aspecto, el día estaba despejadísimo y se llegaban a avistar lugares tan lejanos como el Pico Sacro, las dunas de Corrubedo y la desembocadura de la ría de Camariñas, un auténtico lujo.
La playa de O Pindo desde la cumbre

Corcubión al fondo



Isla de la Lobeira


O Carromeiro

Playa de Gures

Carnota, en todo su esplendor
Bien, aparte de captar  buenas fotos, yo llevaba otro objetivo en mente: era la primera vez que hacía la ruta desde que corro. Aunque ya he dicho que es fácil, incluso en la cumbre había un señor con bastón, no deja de ser todo cuesta arriba y cuesta abajo. Las veces anteriores había llevado yo misma un bastón para apoyarme en la subida, este año no lo llevé y tampoco lo eché de menos. Y la bajada no fue demasiado rompepiernas, de hecho, apenas si me dolió la rodilla después. Por supuesto, llevaba las plantillas nuevas.
Así que como recomendaciones, poco hay que decir: calzado cómodo, pantalón largo por aquello de los tojos y otras plantas que puedan pinchar, protección solar (yo me quemé la espalda), gorra, una botella de agua, repelente de insectos y a tirar millas. Para los frioleros aconsejo llevar algo de abrigo, porque en la cumbre sopla bastante el viento y hace frío. La ruta está perfectamente señalizada con los signos convencionales de senderismo, ya saben, = y X. Y mejor ir por la mañana temprano, sobre todo si va a apretar el calor. 


Morgana and company tras conquistar la cumbre

Finisterre

Descansando tras el picnic

¡Prueba conseguida!

Asia a un lado, al otro Europa...



Y además, hicimos amigos nuevos

Sólo me resta recomendaros que si un día os coincide pasar por aqui y tenéis tiempo para hacer la ruta, no lo dudeis. Merece la pena.