jueves, 8 de mayo de 2014

ADIÓS A LA CICLOGÉNESIS: CÓMO TERMINÉ MI SEXTA DIEZ MIL

Sí, señor: por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Ya sé que llevo cuatro largos meses sin dar señales de vida por esta pista de atletismo. ¿Y para qué? pregunto yo. ¿Para informarles de que cada tres días teníamos una ciclogénesis explosiva que hacía harto dificultoso salir a entrenar? Acabaría siendo aburrido decir siempre lo mismo, ¿no? Ni siquiera los runners más runners del mundo mundial, los megarrunners, han podido seguir este invierno un ritmo de entrenamiento normal.
 
En fin, queridos vaguetes, la última vez que nos vimos fue nada más acabar la San Silvestre, allá por enero. ¿Qué ha sido de mi vida? Pues tras la carrera estuve diez días en el dique seco por un dolor persistente en la planta del pie, y cuando quise retomar, se me pusieron los elementos en contra para poder hacer tres salidas a la semana, ya no por la lluvia: raro era el día que no iba acompañada de vientos de 100 kilómetros por hora. Uno de los días que esperaba a que escampara una brutal granizada agazapada en un pilar del puente de la Barca me dio por pensar que vale, que el dolor es necesario y el sufrimiento opcional, pero que también masoquismos, los justos. Y que hay que ir pensando en un plan B indoor de cara al próximo invierno, si tenemos la mala suerte de que venga tan malo como éste. Las semanas más agradecidas pude hacer dos entrenamientos. Las más agradecidas, insisto. Y mucho Galloway, he acabado del Galloway hasta el moño.
 
Total, que con un entrenamiento de mierda (con perdón) me estaba preguntando yo cómo iba a ir este año a la paralela de diez kilómetros que se organiza con la Maratón Atlántica de La Coruña, que ya va por la tercera edición y a la que tengo gran cariño puesto que es la primera diez mil que corrí en mi vida. El plazo de inscripción se abrió allá por noviembre y yo tomé la decisión de ir contra viento y marea, nunca mejor dicho, el 19 de abril, ocho días antes de que se celebrara. Y sin pensar en ningún momento en superar la marca del año anterior, por supuesto. Incluso en algún momento pensé que no iba a ser capaz de acabarla, teniendo en cuenta que la última vez que había corrido diez kilómetros había sido allá por octubre, pero como no me tengo por cobarde, me inscribí. Aunque sólo fuera por la camiseta.
 
La maratón de Coruña va ganando peso en el circuito de carreras y en la ciudad se nota. Un mes antes del evento ya estaban colgados los carteles para animar a los atletas. La MAPOMA, que se celebraba el mismo día, cambió parte de su recorrido, se supone que afectada por la competencia. También lo hizo la maratón coruñesa, pero de eso ya hablaré luego.
 
Hasta el día anterior no empecé a preocuparme de nada (mala señal en mí, que me gusta llevarlo todo atado y bien atado) salvo de colocar el chip correctamente en la zapatilla para no volver a dejármelo en casa jamás de los jamases como el año pasado. Aún recuerdo el cabreo que me agarré cuando quince minutos antes de empezar la carrera me miré los pies y vi que no lo tenía. Me olvidé la camiseta térmica y me dio igual. Y, sin embargo, estuve muy nerviosa la noche anterior y dormí mal, preocupada por si no me sonaba el despertador y por otras mil naderías.
 
Esta vez me ahorré un poco de madrugón al no acudir a la salida de la maratón, ya que el churri sigue lesionado y se quedó en casa roncando a tres voces, afortunado él. Así que a las nueve cero cero zulú salí de casa encontrándome con gente tan dispar como los patinadores que formaban parte del dispositivo de acompañamiento de la maratón y los borrachos envidiosos que se dedicaban a vacilar a los atletas en el Cantón Grande. Probablemente no volverá a haber en mucho tiempo un día mejor para una carrera: sin sol, sin calor, sin frío, sin viento (por lo menos en mi recorrido). Calenté un poco y me situé en el último cajón (como siempre). El speaker, un pelma, lamento decirlo. A algunos runners les molará estar escuchando en la línea de salida a un tío que habla cual cotorra tras tomar sopas de vino, pero a mí me pone todavía más nerviosa, así que me calzo los cascos e intento inhibirme de todo lo que me rodea. Esta vez llevaba una lista de reproducción de rock español creada ex-profeso para el evento por el churri, que además de runner es dj aficionado. Coincidió el pistoletazo de salida con Fito y los Fitipaldis y tras unos primeros metros un poco caóticos, empezamos a gambear.
 
Como ya dije más arriba, este año han cambiado el recorrido por otro más agradecido pero también más feo. Anteriormente, gran parte del trayecto transcurría por el paseo marítimo de la ciudad (unos siete km en la carrera de diez), con una excelente vista pero antipático en el muy probable caso de que sople el viento, verbigracia, zona de la Casa de los Peces. El nordeste puede llegar a producir una frenada importante en el corredor. Este año hubo más trayecto por el centro, al abrigo del nordés y, por lo tanto, más fácil para el sufrido runner (y más posibilidades de aumentar las marcas, por cierto). También se aumentó el  número de grupos de rock que amenizaban el recorrido: llegué a contar (que no a escuchar) hasta cinco bandas. Y, por supuesto, no faltaron los puestos de zumba en la calle.  Este año la organización optó por no hacer zafarrancho entre la élite maratoniana y los humildes diezmilistas: no nos mezclamos apenas, pero se nos permitió aprovechar su avituallamiento, en el kilómetro 2 ya nos estaban dando botellas de agua. Y también nos dieron gajos de naranja, qué nivel, Maribel.
 
Mientras tanto, ¿qué tal me iba a mí? Pues no muy mal. Salí mucho más tranquila que otras veces, que procuro llegar a las 180 ppm en los dos primeros kilómetros. Hasta el cuatro no tuve el momento revelación, aunque sí tenía claro que acabaría la carrera. A partir del seis todo se me pasó rapidísimo, como siempre. El día anterior había dicho que firmaba por hacerlo en hora y diez. En algún momento pensé que quizá podría llegar en hora y seis, pero no tenía ninguna gana de forzar la máquina. Crucé la meta muy cómoda de pulmones y con las rodillas como si me hubiesen dado con un bate de béisbol en un tiempo neto de 1:08:00, mismo tiempo que en Padrón el año anterior (y había llegado con un pulmón en cada mano, no me quiero ni acordar) y quince segundos menos que en mi anterior diez mil, hace seis meses. Así que no me quejo, teniendo en cuenta que a estas alturas llevo cien kilómetros menos de entrenamiento en mis zapatillas que hace dos años. Como suele suceder, migraña monumental al terminar. La parte buena es que al día siguiente, salvo el dolor de cuádriceps, estaba mucho mejor que otras veces. Y vaya, que parece que se me va yendo ya el muermo invernal, afortunadamente.
 
 
entrando en meta con bastante presencia de ánimo
Resulta digna de destacar la alta participación de este año: 1500 corredores. El tirón de la maratón y del circuito de carreras organizado por el Ayuntamiento de La Coruña empieza a hacer mella en la población, cada vez hay más gente entrenando y asistiendo a las convocatorias. Mi próxima cita, el 25 de mayo con un clásico: la carrera del cáncer. Ahora que he resucitado, ya os contaré. Hasta la próxima, vaguetes.