miércoles, 9 de septiembre de 2015

TERCERA MEDALLA, CUATRO AÑOS DE RUNNER Y EL PEPITO GRILLO TECNOLÓGICO




Pepito Grillo s. XXI
Madre mía, vaguetes, llevo tanto tiempo sin entrar aquí que ya ni sabía qué título ponerle a este post. Empezaré, pues, por orden cronológico y justo donde lo dejamos: después de mi última diez mil, allá por finales de abril. Llevaba bastante tiempo preocupada por mi bajo rendimiento y mi creciente vaguería (sirenas tetonas, ya sabéis). Y ya hacía tiempo que andaba dándole vueltas no necesariamente al tema de aumentar número de salidas y/o kilometraje, sino más bien al asunto de qué hacer con mi cuerpo a serrano los días en que, por cien mil motivos, no podía salir a correr. Resumiendo: empezar a poner en práctica un plan indoor en toda regla. Ahora bien, es fácil llevar un control del ejercicio que se hace cuando se sale a correr o andar gracias a San GPS. ¿Pero cómo controla uno lo que hace dentro de casa? Esa duda me llevó a investigar un poco cuánta actividad debe hacer el cuerpo humano para mantenerse en unos niveles aceptables y a un clic de ordenador tuve la respuesta: mínimo, diez mil pasos al día. Para hacernos una idea, en un día normal con jornada laboral incluida, la media es de cinco mil. Con eso llegó la segunda cuestión: ¿cómo coño mido los pasos diarios? La respuesta, una vez más, llego de la mano de la cibernética. Hay varias modalidades: aplicaciones móviles, el podómetro de toda la vida, y las pulseras de entrenamiento. Vayamos por partes, como Jack el Destripador.
Durante dos días probé un par de aplicaciones para móvil: Accupedo y Map my walk . Les encontré grandes inconvenientes: gastan mogollón de batería y tienes que llevar el teléfono contigo todo el puñetero día, y yo suelo divorciarme de mi móvil en cuanto tengo ocasión porque las ondas me dan mal rollito. Eso por no citar que para ciertas actividades es un incordio, como pedalear, ya que el teléfono tiene que estar en una parte del cuerpo donde se registre bien el movimiento. Entonces, empecé a buscar podómetros. Son una solución estupenda, ya que los hay desde unos nueve euros. Y por aquello de mirar todas las opciones, busqué también pulseras de entrenamiento, y ahí llegó mi perdición. Las pulseras de entrenamiento se llevan puestas las 24 horas del día, registran tanto la actividad como el sueño, tienen una aplicación donde vuelcan los datos y se pasan la vida recordándote los pasos que te faltan para llegar a tu objetivo. Es decir: son todo un puto Pepito Grillo del siglo XXI. La nueva incorporación a este exclusivo universo de personal trainers es, cómo no, el Apple watch o Iwatch. Tranquilos todos, no me lo he comprado. Pero sí que anduve trasteando en la página de Apple buscando un dispositivo compatible con Mac y fue así como me topé de morros con el pequeño hijoputa que me acompaña a todas partes menos a la ducha desde principios de mayo: upmove. No es una pulsera en sí, aunque sí puede ponerse en una. Viene montado en un clip bastante seguro que te permite llevarlo en cualquier parte del cuerpo y necesita una aplicación, disponible tanto para apple como para android, donde vuelca los datos continuamente. Hace estadísticas diarias y semanales y es, en fin, un auténtico rompepelotas, la pesadilla de cualquier vago. Vale unos 39 euros y es de los más baratos que he visto. En vez de tener que cargarlo, va equipado con una pila que, según las instrucciones, hay que reemplazar cada seis meses. A mí me dejó tirada a los cuatro.
Bueno, uso upmove desde el 11 de mayo y procuro cumplir religiosamente con mi media de 10.000 pasos al día. Digo media porque hay días que hago más y días que hago menos, yo me voy brujuleando. Si veo que voy escasa de pasos  y no puedo salir a correr o a andar,  me subo a la bici estática hasta que completo.  Solo un punto negro: el cacharro no se puede sumergir, así que nada de monitorizar ejercicios acuáticos... u olvidarte de quitártelo para ducharte.


 Total, que a finales de mayo tenía ya totalmente diversificada mi actividad física, reduciendo el running en días de salida (2) y número de kilómetros (entre 4 y 7) en pro de otras actividades, como andar o pedalear. Las primeras que me lo han agradecido han sido mis rodillas. Resulta que me ejercito más que antes, disfruto mucho más los días que voy a correr y me duelen las rodillas muchísimo menos. Y, además no tengo remordimientos de conciencia. Y con tan buenas vibraciones allá que me largué a principios de junio a mi cita anual con la Maratón Escolar do Salnés, a correr con mis alumnos ese espantoso recorrido de cuatro kilómetros lleno de cuestas. Nada que destacar: llegué de sexta en mi categoría y me dieron otra medalla, la tercera. Día de muchísimo calor, por cierto. Y así, entre paso y paso, llegó mi cuarto runnercumpleaños, un aniversario marcado por la diversificación de mis actividades. A día de hoy llevo un total de 412 kilómetros entre las tres, bastante más que solo corriendo el año pasado. ¿Y saben qué? Me doy por satisfecha, porque resulta que ahora me entreno seis días a la semana en vez de los tres anteriores y muevo más musculatura. ¡Pon un Pepito Grillo en tu vida!





viernes, 8 de mayo de 2015

44 MESES CORRIENDO. CÓMO TERMINÉ MI OCTAVA DIEZ MIL

recogiendo dosal
Sí, soy yo vestida de civil, ya ven, una tiene una vida fuera de las mallas y las zapatillas. De hecho, pasar un tiempo prudencial en mallas y zapatillas hace que la ropa de civil siente mejor, aunque no hace milagros. Lástima que el tiempo prudencial estos meses haya sido demasiado prudencial, nada de tirar cohetes. Tanto, que me pensé hasta el último momento si acudir o no a la diez mil paralela a la Maratón Atlántica, pero como hasta ahora había ido a todas las ediciones, no podía faltar. Además, este año el churri corría los 42 otra vez, tras el parón forzoso del año pasado. Idiota de mí, tanto pensar y repensar se saldó con una cuota de inscripción mucho más cara por haberme decidido la última semana. Tanta flojera no impidió que el día anterior tuviera una dosis importante de nervios, de todos modos.
El sábado por la mañana nos pasamos a recoger los dorsales y la bolsa por el exporrunning que habían situado en Palexco, como en años anteriores. Tras la recogida hicimos cotejo de regalitos y, evidentemente, había diferencia: bolsa de pistachos para los diezmiles frente a geles para los maratonianos; revista de hace seis meses para los menos valientes frente a revista de hace un mes para los más valientes. Diran que a qué viene eso de los valientes: pues viene al caso por los eslóganes que elige la organización para llevar en las (horrorosas) camisetas, y que no son del agrado de todo el mundo, por cierto. Mucho ha cambiado el cuento del diseño de la camiseta desde la primera edición, se lo digo yo, que las tengo todas (la versión humilde). Este año venía a ser algo así como "Correr es de (cobardes) valientes". De hecho, hacía más de un mes que la ciudad estaba plagada de carteles de ánimo. La organización del evento mejora de año en año, exceptuando, como decía, el diseño de las camisetas. A mí personalmente no me gustan, pero supongo que habrá gente que opine lo contrario, por supuesto.
Cuatro años seguidos sin faltar a la cita

En cualquier caso, da lo mismo porque jamás corro, salvo excepciones, con la camiseta conmemorativa de la carrera, pero ese día rompí una de mis reglas y estrené camiseta marca ACME porque me apetecía ir de rojo, caprichosa que es una, y así de paso estrenaba el pañuelo motero que me regaló mi amigo Rubén para tal ocasión. Con calaveras y todo. Como suele ser ya habitual en mí, la noche anterior dejé la percha preparada con todo lo necesario y, sobre todo, me encargué de colocar el chip en la zapatilla antes de nada, ya que hace dos años se me quedó olvidado en casa. Nunca me volveré a olvidar, si yo no me acuerdo ya se encarga mi amigo el Cabañés de recordármelo la noche anterior. Tras una noche de buen sueño (para mí, el churri durmió mal, supongo que por los nervios) amaneció un día perfecto para correr: nublado y sin viento. Como la salida de la maratón era a las ocho y media, a las ocho ya estábamos saliendo de casa. Esta vez el personal del dispositivo de apoyo en carrera (patinadores, ciclistas, policía, etc.) ganaba por goleada en presencia a los borrachos impenitentes que nos hemos encontrado otros años. Nos dirigimos al nuevo punto de salida: el Obelisco. Y es que todos los años cambian el recorrido. Para mi carrera, perfecto, todo por el Paseo Marítimo. El de la maratón, un horror de feo y, curiosamente, con paso obligado por delante de dos de las sucursales de cierto establecimiento patrocinador de la carrera, mire usted qué casualidad. El churri se fue a calentar y yo me quedé con Lorena, una de las seguidoras de ATC, a la que conocí en persona ese día. Un placer, Lorena.


A las nueve dieron el pistoletazo de salida de mi octava diez mil y los casi dos mil corredores que participábamos nos pusimos en marcha. Salida escalonada, producto del ancho suficiente que había para circular, y aún así en mi caso duró dos minutos. Eché a trotar sin objetivo definido más allá de acabar la carrera. Mantuve un ritmo de 6' durante los primeros cinco kilómetros sin resentirme en absoluto y prácticamente sin mirar el pulsómetro, de hecho casi ni me acordé de que lo llevaba. Ahora solo lo llevo a las carreras por pura precaución. Buena música en el iphone, como siempre. Enseguida conseguí inhibirme de lo que me rodeaba para concentrarme exclusivamente en la carrera que, en general, se me hizo tediosa a más no poder. A lo mejor era porque iba sufriendo poco. Y eso que la organización se había encargado de hacer más llevadero el recorrido con sus habituales bandas de rock situadas en puntos estratégico, además de los puestos de zumba y yoga. Un apunte: chapeau para el público animador, fue, con mucho, lo mejor de la carrera. Así da gusto correr.
O, por lo menos, daba gusto hasta el kilómetro siete, en el que estaba situado el avituallamiento. Si en mi diez mil anterior llevaba un desierto en la garganta y me quedé sin agua, esta vez era todo lo contrario, no tenía ni pizca de sed. De hecho, llevaba un gel en el bolsillo que le sobraba al churri de los que había comprado para su carrera, y me lo había dado para que lo probara. Jamás en mi vida he tomado una porquería de ésas ni la he echado en falta. Y entre que era de plátano (puaj), no tenía sed y estaba segura de que me iba a pringar como un crío de dos años al tomármelo, decidí que seguía mucho mejor reposando en el fondo de mi bolsillo. Y es que no se debe de probar nada nuevo en carrera, y menos un gel, que tienen fama de dar mal rollito intestinal de vez en cuando, y ésta no era la mejor ocasión para tener una cagalera, la verdad.

¡Craso error! En el kilómetro ocho empiezo a sentirme cansada y mi rendimiento comienza a bajar de forma alarmante. En el nueve, ya estoy viendo enanos de colores. Enfilo la última recta hacia meta, en la Calle Real, y por los exiguos laterales circula gente, entre la que destacan los que ya han terminado la carrera, que no para de animar. Yo ya no veo, ni oigo, ni siento, ni padezco. Solo quiero acabar y el tramo de la rúa Nueva, que no deben de ser más de 200 metros, se me hace interminable. En algún momento escucho mi nombre y algo así como "piensa en la birrita que te vas a tomar cuando acabes". Cruzo la meta en un neto hora y ocho minutos, lo cual no está mal teniendo en cuenta mi escaso entrenamiento. Por lo menos, no he empeorado. Y me siento satisfecha.
championchipnorte
championchip norte

Mientras tanto ¿qué tal le iba al churri? Pues no lo sabía porque, al igual que el año pasado, no nos mezclaron en el recorrido. En cuanto terminé lo mío y dejé el chip me fui al puesto de protección civil a informarme de si había habido incidencias, por si las flais. Tampoco estaba demasiado preocupada, era la tercera vez que corría la maratón. A la una menos veinte le estaba abriendo la puerta de casa y lo vi llegar con la medalla colgada al cuello y las zapatillas en la mano, bastante satisfecho, puesto que terminó en 3:28. Si bien no superó la marca de 3:14 de la última vez, consiguió acabarla en un tiempo más que aceptable, teniendo en cuenta que tampoco había entrenado lo suficiente. Bien está lo que bien acaba, y nos verán en próximas ediciones, por lo menos a mí. Próxima diez mil, en octubre, y ya será la novena. Ayyyy, cómo pasa el tiempo, poddió.



En fin, y para terminar: excelente organización y todavía más excelente público. La maratón atlántica empieza a tener cierto peso específico y sería deseable que tuviera también  más poder de convocatoria, pero claro, en lo de correr 42 kilómetros de vellón, muchos son los llamados y pocos los elegidos. ¿Y tú qué? ¿Has escuchado la llamada?

Nos veremos.

sábado, 10 de enero de 2015

CUARENTA MESES CORRIENDO: ASÍ ACABÉ MI CUARTA SAN SILVESTRE

Fresqui antes de empezar. Gracias, Fede, por la foto.


¡Cómo pasa el tiempo! Tres años y medio ya dándole a la zapatilla. Tengo la misma sensación que cuando aprendí a escribir a máquina: no recuerdo cómo era mi vida sin hacerlo. Y eso que este último año no he corrido mucho que digamos: unos 460 kilómetros de nada.

En fin, dejémonos de moñadas. La verdad verdadera es que este año no tenía la menor intención de acudir a la San Silvestre porque a) es muy cara con respecto al resto de las carreras del año, doce euros y b) no me gusta cómo está organizada, lo cual me lleva a c) está muy mal organizada para lo cara que es. Pero ya se sabe, la gente empieza a comentar que se apunta y te entra el gusanillo... y en vez de aplastarlo con mis zapatillas de correr me inscribí. Alea jacta est. Por lo menos este año tuve una experiencia única y espero que no irrepetible: fui a la carrera sin gripe, sin catarro, sin tos, y sin mocos. ¿El motivo? La pillé a principios de mes, lo cual me tuvo diez días encerrada en casa sin poder entrenar. Aunque, la verdad sea dicha, ya no entreno para la San Silvestre ni para nada. Salgo a correr y punto. Y visto lo que me esperaba, hice muy requetebién.
Así que el dia 31 de Diciembre salí de casa a las 16.15 zulú en dirección al nuevo punto de salida de la San Silvestre, el paseo del Parrote, con la pereza más grande con la que jamás he ido a una carrera, blasfemando en todas las lenguas vivas y muertas que conozco. El churri, ya repuesto de sus lesiones, se quedó durmiendo la siesta, ya que dice que en su runnermente tiene peces más grandes que guisar. Sentí una envidia francamente insana. Por lo menos, la tarde estaba estupenda, aunque fría. Era la primera vez que iba a correr sin que hubiera llovido o fuese a hacerlo en por lo menos las 72 horas anteriores y posteriores. Otra novedad. Pero vayamos a lo importante: ¿cuál era el motivo de mi cabreo? Pues muy sencillo: el anuncio por parte de la organización, unos diez días antes (cuando ya estaba inscrita), del acortamiento del recorrido en un kilómetro y del cambio de trazado del tramo final. La culpa se la echaban a las obras del nuevo túnel de la Marina, obras que llevan meses y que se calcula que terminarán en abril o mayo. ¿Y no lo sabían cuando salió la inscripción? Por cierto, ni siquiera se molestaron en cambiar el trazado en el PDF de la página web. Si llego a saberlo, no me inscribo. Si pago es porque quiero la misma distancia para saber si he mejorado o empeorado con respecto a años anteriores. Entre lo de este año (y aún no he acabado de rajar, aviso) y los cambios en la edición anterior, ahora sí que digo alto y claro que no vuelvo más.
Pero bueno, vayamos al tajo. Chorrecientas mil personas en la salida, que cada vez va más gente. Muchos disfraces. El speaker diciendo tonterías, como es su costumbre. Me calcé los cascos y me di cuenta de que había empezado la cosa cuando vi que todos andaban en plan "las muñecas de Famosa se dirigen al portal". Salida mala y lenta. Una vez que pudimos empezar a correr, muchos empujones y pisotones. Gente acortando por donde podía, allá ellos. Yo, con calma chicha. Llegó el primer repecho del 7 y pico por ciento de pendiente y ni me enteré. Cómo cambia la cosa, el primer año casi muero asfixiada al subirlo.


Allá vamos. Foto cortesía de dietaydeporte
Foto cortesía de dietaydeporte
En el kilómetro dos ya nos cruzamos con la cabeza de carrera, que ya estaban a un kilómetro escaso de la meta. Por entonces yo ya empezaba a acusar el calor, aunque llevaba la indumentaria normal en un día de invierno. A punto estuve de dejar la braga del cuello tirada por el camino. En éstas, me pasó un tío disfrazado de vieja con bastón, cosa que me sentó bastante mal. Llegó el kilómetro tres y con él la cuesta más chunga del recorrido, la que va del paseo de los menhires hasta la sartén de la torre de Hércules. Y, nuevamente, apenas me enteré. Disminuí la zancada hasta convertirla en pasitos diminutos que fui ampliando a medida que terminaba la pendiente y sin problemas. Hacía un año que no subía esa cuesta. Como siempre, en cuanto comenzó la cuesta abajo me convertí en un bólido y empecé a adelantar gente como si no hubiera un mañana. Gente que a su vez me rebasó en los jardines de la Maestranza al acometer la última y novedosa parte del recorrido. En los últimos 500 metros estaba mi suegra de espectadora esperándome para darme ánimos (para que luego digan de las suegras, ¿eh?) y bajé la última cuesta antes de la meta en María Pita: el Rosario, con un pavés muy ad hoc para partirse una pierna, cualidad aumentada y corregida  en forma de socavón al final de la calle, cuando había que hacer la curva para entrar en meta. Gracias, organización. Aún así, no disminuí la velocidad y crucé la meta en 44.05 de tiempo neto según mi cronómetro. Y digo esto porque, al igual que el año pasado, los encantadores organizadores solo pusieron alfombra para el tiempo total.
foto cortesía de championchipnorte
Afortunadamente, siempre lo digo, el running genera endorfinas. Las necesité para aguantar los siguientes quince minutos. Lo lógico al terminar una carrera es devolver el chip, coger algo de beber y pirarte para tu casa ¿no? Pues en este caso, no. Como la plaza de María Pita está en esta época llena 
de cachivaches navideños varios, había un pasillo de vallas entre la meta y el avituallamiento que no podíamos saltarnos y que nos obligó por segunda vez a ir en plan "las muñecas de Famosa se dirigen al portal" hasta que pudimos dispersarnos. Pero ahora era sudados y casi anocheciendo, con lo cual no tardé nada en empezar a castañetear los dientes con el frío. De hecho regresé a casa con una pinta de terrorista que no veas, con la braga tapándome hasta la nariz y el gorro hasta las cejas. Y sin tener muy claro si estaba contenta o no con la carrera. A lo mejor es que ya estoy tan acostumbrada a ir con gripe que si no sufro no lo valoro, no lo sé. Aún hoy, diez días después, sigo sin poder hacer una valoración. Como de costumbre, aproveché la euforia post-carrera para salir de juerga hasta las seis de la mañana y amanecer al día siguiente sin resaca y casi sin agujetas, que algo bueno tenía que salir de esto.
Pues nada, comienza un nuevo año con nuevos planes de entrenamiento que por ahora no desvelo, a ver cómo salen. La próxima carrera, en principio, el 19 de abril. Mucho ha de llover (o no) hasta entonces. Corred, corred, malditos...