viernes, 8 de mayo de 2015

44 MESES CORRIENDO. CÓMO TERMINÉ MI OCTAVA DIEZ MIL

recogiendo dosal
Sí, soy yo vestida de civil, ya ven, una tiene una vida fuera de las mallas y las zapatillas. De hecho, pasar un tiempo prudencial en mallas y zapatillas hace que la ropa de civil siente mejor, aunque no hace milagros. Lástima que el tiempo prudencial estos meses haya sido demasiado prudencial, nada de tirar cohetes. Tanto, que me pensé hasta el último momento si acudir o no a la diez mil paralela a la Maratón Atlántica, pero como hasta ahora había ido a todas las ediciones, no podía faltar. Además, este año el churri corría los 42 otra vez, tras el parón forzoso del año pasado. Idiota de mí, tanto pensar y repensar se saldó con una cuota de inscripción mucho más cara por haberme decidido la última semana. Tanta flojera no impidió que el día anterior tuviera una dosis importante de nervios, de todos modos.
El sábado por la mañana nos pasamos a recoger los dorsales y la bolsa por el exporrunning que habían situado en Palexco, como en años anteriores. Tras la recogida hicimos cotejo de regalitos y, evidentemente, había diferencia: bolsa de pistachos para los diezmiles frente a geles para los maratonianos; revista de hace seis meses para los menos valientes frente a revista de hace un mes para los más valientes. Diran que a qué viene eso de los valientes: pues viene al caso por los eslóganes que elige la organización para llevar en las (horrorosas) camisetas, y que no son del agrado de todo el mundo, por cierto. Mucho ha cambiado el cuento del diseño de la camiseta desde la primera edición, se lo digo yo, que las tengo todas (la versión humilde). Este año venía a ser algo así como "Correr es de (cobardes) valientes". De hecho, hacía más de un mes que la ciudad estaba plagada de carteles de ánimo. La organización del evento mejora de año en año, exceptuando, como decía, el diseño de las camisetas. A mí personalmente no me gustan, pero supongo que habrá gente que opine lo contrario, por supuesto.
Cuatro años seguidos sin faltar a la cita

En cualquier caso, da lo mismo porque jamás corro, salvo excepciones, con la camiseta conmemorativa de la carrera, pero ese día rompí una de mis reglas y estrené camiseta marca ACME porque me apetecía ir de rojo, caprichosa que es una, y así de paso estrenaba el pañuelo motero que me regaló mi amigo Rubén para tal ocasión. Con calaveras y todo. Como suele ser ya habitual en mí, la noche anterior dejé la percha preparada con todo lo necesario y, sobre todo, me encargué de colocar el chip en la zapatilla antes de nada, ya que hace dos años se me quedó olvidado en casa. Nunca me volveré a olvidar, si yo no me acuerdo ya se encarga mi amigo el Cabañés de recordármelo la noche anterior. Tras una noche de buen sueño (para mí, el churri durmió mal, supongo que por los nervios) amaneció un día perfecto para correr: nublado y sin viento. Como la salida de la maratón era a las ocho y media, a las ocho ya estábamos saliendo de casa. Esta vez el personal del dispositivo de apoyo en carrera (patinadores, ciclistas, policía, etc.) ganaba por goleada en presencia a los borrachos impenitentes que nos hemos encontrado otros años. Nos dirigimos al nuevo punto de salida: el Obelisco. Y es que todos los años cambian el recorrido. Para mi carrera, perfecto, todo por el Paseo Marítimo. El de la maratón, un horror de feo y, curiosamente, con paso obligado por delante de dos de las sucursales de cierto establecimiento patrocinador de la carrera, mire usted qué casualidad. El churri se fue a calentar y yo me quedé con Lorena, una de las seguidoras de ATC, a la que conocí en persona ese día. Un placer, Lorena.


A las nueve dieron el pistoletazo de salida de mi octava diez mil y los casi dos mil corredores que participábamos nos pusimos en marcha. Salida escalonada, producto del ancho suficiente que había para circular, y aún así en mi caso duró dos minutos. Eché a trotar sin objetivo definido más allá de acabar la carrera. Mantuve un ritmo de 6' durante los primeros cinco kilómetros sin resentirme en absoluto y prácticamente sin mirar el pulsómetro, de hecho casi ni me acordé de que lo llevaba. Ahora solo lo llevo a las carreras por pura precaución. Buena música en el iphone, como siempre. Enseguida conseguí inhibirme de lo que me rodeaba para concentrarme exclusivamente en la carrera que, en general, se me hizo tediosa a más no poder. A lo mejor era porque iba sufriendo poco. Y eso que la organización se había encargado de hacer más llevadero el recorrido con sus habituales bandas de rock situadas en puntos estratégico, además de los puestos de zumba y yoga. Un apunte: chapeau para el público animador, fue, con mucho, lo mejor de la carrera. Así da gusto correr.
O, por lo menos, daba gusto hasta el kilómetro siete, en el que estaba situado el avituallamiento. Si en mi diez mil anterior llevaba un desierto en la garganta y me quedé sin agua, esta vez era todo lo contrario, no tenía ni pizca de sed. De hecho, llevaba un gel en el bolsillo que le sobraba al churri de los que había comprado para su carrera, y me lo había dado para que lo probara. Jamás en mi vida he tomado una porquería de ésas ni la he echado en falta. Y entre que era de plátano (puaj), no tenía sed y estaba segura de que me iba a pringar como un crío de dos años al tomármelo, decidí que seguía mucho mejor reposando en el fondo de mi bolsillo. Y es que no se debe de probar nada nuevo en carrera, y menos un gel, que tienen fama de dar mal rollito intestinal de vez en cuando, y ésta no era la mejor ocasión para tener una cagalera, la verdad.

¡Craso error! En el kilómetro ocho empiezo a sentirme cansada y mi rendimiento comienza a bajar de forma alarmante. En el nueve, ya estoy viendo enanos de colores. Enfilo la última recta hacia meta, en la Calle Real, y por los exiguos laterales circula gente, entre la que destacan los que ya han terminado la carrera, que no para de animar. Yo ya no veo, ni oigo, ni siento, ni padezco. Solo quiero acabar y el tramo de la rúa Nueva, que no deben de ser más de 200 metros, se me hace interminable. En algún momento escucho mi nombre y algo así como "piensa en la birrita que te vas a tomar cuando acabes". Cruzo la meta en un neto hora y ocho minutos, lo cual no está mal teniendo en cuenta mi escaso entrenamiento. Por lo menos, no he empeorado. Y me siento satisfecha.
championchipnorte
championchip norte

Mientras tanto ¿qué tal le iba al churri? Pues no lo sabía porque, al igual que el año pasado, no nos mezclaron en el recorrido. En cuanto terminé lo mío y dejé el chip me fui al puesto de protección civil a informarme de si había habido incidencias, por si las flais. Tampoco estaba demasiado preocupada, era la tercera vez que corría la maratón. A la una menos veinte le estaba abriendo la puerta de casa y lo vi llegar con la medalla colgada al cuello y las zapatillas en la mano, bastante satisfecho, puesto que terminó en 3:28. Si bien no superó la marca de 3:14 de la última vez, consiguió acabarla en un tiempo más que aceptable, teniendo en cuenta que tampoco había entrenado lo suficiente. Bien está lo que bien acaba, y nos verán en próximas ediciones, por lo menos a mí. Próxima diez mil, en octubre, y ya será la novena. Ayyyy, cómo pasa el tiempo, poddió.



En fin, y para terminar: excelente organización y todavía más excelente público. La maratón atlántica empieza a tener cierto peso específico y sería deseable que tuviera también  más poder de convocatoria, pero claro, en lo de correr 42 kilómetros de vellón, muchos son los llamados y pocos los elegidos. ¿Y tú qué? ¿Has escuchado la llamada?

Nos veremos.