Con Bruno, antes de la salida |
Mis queridos vagorrunners, antes de nada quiero desearos muy feliz año nuevo, un año lleno de felicidad y de largas tiradas de kilómetros que vuelvan vuestras flácidas extremidades duras como el acero. Llevo un tiempo sin pasar por aquí, básicamente porque no tenía nada interesante que postear y no me gusta repetirme como el ajo. Desde que dejé el "citius, fortius, altius" he seguido saliendo a correr, por supuesto, pero sin novedad en el frente que merezca figurar en las páginas de este humilde blog.
Otra
cosa es la celebración de mis dos años y medio como runner, que, como no podía
ser de otra manera, coincide con la San Silvestre. En mi caso, corro la de La
Coruña, que ya va por la cuarta edición y consta de 7.700 metros. Para mí es la
carrera con la que estreno la temporada, así que no me lo tomo a coña: nada de
disfraces ni de ambiente festivo aunque a mi alrededor la peña esté de
cachondeo. Voy más seria que un enterrador y, normalmente, nerviosísima. Mi
resultado en ella para mí es determinante, una especie de barómetro que me
indica cómo me va a ir en los próximos doce meses.
Y
sí, fui nerviosa porque además iba sola. El costillo sigue retirado por la
fascitis plantar de mis pecados. No tiene nada de particular para mí ir sola,
lo hago en muchas carreras, pero la San Silvestre, como he dicho, es especial y
estoy acostumbrada a que salgamos juntos de casa y no a que la mitad del combo (la
que corre, por cierto) se quede en el sofá deseándome suerte.
De
la organización tengo mucho que decir y nada bueno. Además de ser un clavo
(doce euros sin chip amarillo, aunque este año dieron una bolsa bien molona en
vez de la de plástico habitual y se dice, se comenta, se rumorea que algo es
para obra social), se pasan la vida cambiando el lugar de recogida de los dorsales
y puteando al personal. Y este año ya fue el colmo, puesto que no dieron
dorsales el día de la prueba, siendo ésta por la tarde. Y la gente que no vive
en La Coru tuvo que ir dos veces, una a coger el numerito y otra a correr.
Sobre
el tema de la inscripción cerrada también tengo ladridos varios: cada año
aumentan la cuota en unas 250 personas, este año éramos 2000 los inscritos. Si
es una carrera lúdica no comprendo ese tajo, con el tráfico de compraventa de
dorsales que conlleva, y menos cuando la excusa es que la carrera sale de la
plaza de María Pita y que no hay sitio para que vaya todo dios, lo cual les
hace caer en contradicción flagrante: si no cabe todo dios ¿por qué coño suben
la cuota de inscritos todos los años? Es de suponer que la capacidad de la
plaza de un año para otro es la misma ¿no?
Peor
me lo ponen: es todavía menor. La capacidad, digo. Este año el ayuntamiento
montó un poblado navideño en la plaza que, aparte de tener cabañas, contaba con
un tiovivo, un palco de la música y un trenecito. Toda esta parafernalia estaba
montada desde primeros de diciembre. La organización lo sabía, y, con esa
visión de futuro que les caracteriza, en vez de cambiar el lugar de la salida
de la carrera (opción correcta, porque salir de María Pita es una tortura de
empujones y pisotones, me recuerda a los sanfermines) con antelación, deciden
hacerlo el mismo día. Y ustedes dirán: ¿Y a ti qué te importa? Mejor para ti,
¿no? Pues sí y no. Ahora paso a contarles.
Pues
nada, que llegué con unos veinte minutos de adelanto, como siempre, y me pegué
una vuelta de calentamiento y tal y cual, hasta que vi que tutti le mondi se
iba hacia la Marina y, elemental querido Watson, deduje que habían cambiado el
lugar de salida y allá los seguí, en plan a dónde vas Vicente congratulándome
porque había dejado de llover e incluso salía el sol. Poco dura la alegría en
la casa del pobre. Me posicioné para salir y de repente me fijo y veo que estoy
rodeada de gente sin dorsal. Y oigo que el speaker dice que se puede correr sin
dorsal, cuando en el reglamento está expresamente prohibido. ¡Y veo niños y
papás con carritos, que también está prohibido! No tengo ningún problema en que
corra gente sin dorsal, niños, perros o el coño de la Bernarda, y de hecho creo
que la San Silvestre debería ser de inscripción libre y cambiar la zona de
salida; lo que no aguanto es que hagan un reglamento más blindado que la
fórmula de la cocacola y luego se lo pasen por el forro de los cojones. Y lo
peor estaba por llegar, y tuve el primer pálpito cuando al poner el cronómetro
en marcha no vi por ningún sitio la alfombra de salida, así que lo encendí al
pasar el arco, bastante mosqueada.
En
fin, que yo había ido allí a gambear y me concentré en ello duramente. El
objetivo: bajar de los 50' 50" del año pasado. Sabía que no podría hacerlo
en más de dos o tres minutos. Me concentré en darle caña en el primer
kilómetro, que para mí es determinante porque corro muy despacio. Este blog no
se llama "A trote cochinero" por casualidad. Iba ya a 170 ppm cuando
llegó la primera cuesta y ya sé, porque la subo en dos carreras al año, que de
nada sirve encabronarse, así que aminoré, congratulándome porque este año no
iba de última, como la primera vez, ni escupiendo enanos verdes por la nariz y
la boca como el año pasado, que me levanté de la cama para el gran evento. Iba
algo resfriada, pero conseguí cortarlo con unos cuantos chupinazos de
equinácea.
Sin
embargo este año la pituitaria me torturó en varios tramos de la carrera y no
fue por mis mucosidades. Me hago tres preguntas: ¿si alguien necesita echarse
réflex antes de una carrera debería correr? Alguno debió de echarse medio bote
en las articulaciones antes de empezar y el regusto permanecía en mi garganta.
Segunda pregunta: ¿por qué bañarse en colonia de Carolina Herrera antes de una
carrera? Había una tipa a mi lado en el cajón que apestaba, lo juro. Y tercera y
más grave: ¿quién fue el guarro que decidió, unos quince días antes, que no se
duchaba hasta después de la carrera? Si cojo al tiñalpa que me pasó y al que
pasé varias veces y que olía a choto revenido que no se podía aguantar juro que
lo tiro al mar en la Torre de Hércules. Y una de las veces fue, precisamente,
subiendo esa cuesta. Es más, yo creo que llevaba la camiseta de la San
Silvestre anterior sin lavar, qué asco. Es la primera vez que me pasa algo así
y ya llevo unas cuantas carreras encima.
En
todo esto iba pensando yo cuando empezó la abruptísima cuesta abajo, en el
tercer kilómetro. Momento de recuperar velocidad de crucero a costa de las
sufridas patas. Aceleré lo que pude durante esos trescientos metros sabiendo
que lo peor me esperaba al terminarla. La verdad es que iba corriendo bien,
cómoda y sin dolor. Pero se me estaba haciendo larga y aún no habíamos llegado
a la mitad del recorrido. Al empezar la tercera subida la peña ya empezaba a
andar. Con y sin dorsal.
Una
vez pasado el puesto de control empieza la parte agradecida de la carrera,
puesto que es prácticamente todo cuesta abajo. Pero ya no sirve de nada, por lo
menos a mí y otros corredores con los que he hablado están de acuerdo conmigo:
ya va uno demasiado machacado. Cuando quise acordar ya estaba en el cinco y
rodaba a 6' 25", decidí conformarme y aguantar así hasta la meta. Entré
con un mogollón de gente y paré el reloj en los 48' 34", así que prueba
conseguida y muy contenta: dos minutos y dieciséis segundos menos que el año
pasado y diez minutos menos que el anterior.
Cogí mi cacho de roscón para ir comiéndomelo por el camino y al llegar a casa comencé el ritual post-carrera: bañazo de espuma porque yo lo valgo, manicura, pedicura y toda la pesca. Y una hora y pico después, tirada en el sofá con un pitillo y un café, miro los resultados en championchip y flipo en colores: no hay tiempo neto. Les explico: los resultados vienen expresados en tiempo oficial (desde que suena el disparo de salida hasta que llegas a la meta) y tiempo neto (desde que pisas la alfombra de salida hasta que llegas a la meta). Los que estamos atrás podemos llegar a tener hasta minuto y medio de diferencia entre el tiempo oficial y el neto. El oficial es el que sirve para llevar medallas y eso, pero el neto es el que te indica de forma personal e intransferible a cuánto has corrido y por el que nos guiamos la mayoría de los corredores populares. Nadie tenía tiempo neto. ¿Por qué? Porque como decidieron en el último momento cambiar el lugar de salida, no montaron la alfombra, así de claro. Y, vaya, me sentó mal. Porque si llego a saber que se iban a pasar toda la organización por el forro, habría ido sin dorsal y rigiéndome por mi propio cronómetro, cosa que haré el año que viene como la cosa siga así. Por lo demás, satisfecha: quedé de 1532 de los 1745 que llegamos, de 284 de las 415 chicas que éramos y de 56 entre las 84 de mi categoría. El que no se consuela es porque no quiere y les recuerdo que hace dos años llegué de última. El sabor agridulce me lo ha dejado una pequeña lesión en el pie izquierdo, recuerdo de un golpe que me llevé hace un montón de años y que me tiene en el dique seco hasta nueva orden. Esperemos que entre la tobillera y el reposo todo se resuelva satisfactoriamente y no tenga ninguna excusa para andar rodando de nuevo la semana que viene. Un abrazo, vaguetes.
Entrando en meta. Foto propiedad del Rialto |
Cogí mi cacho de roscón para ir comiéndomelo por el camino y al llegar a casa comencé el ritual post-carrera: bañazo de espuma porque yo lo valgo, manicura, pedicura y toda la pesca. Y una hora y pico después, tirada en el sofá con un pitillo y un café, miro los resultados en championchip y flipo en colores: no hay tiempo neto. Les explico: los resultados vienen expresados en tiempo oficial (desde que suena el disparo de salida hasta que llegas a la meta) y tiempo neto (desde que pisas la alfombra de salida hasta que llegas a la meta). Los que estamos atrás podemos llegar a tener hasta minuto y medio de diferencia entre el tiempo oficial y el neto. El oficial es el que sirve para llevar medallas y eso, pero el neto es el que te indica de forma personal e intransferible a cuánto has corrido y por el que nos guiamos la mayoría de los corredores populares. Nadie tenía tiempo neto. ¿Por qué? Porque como decidieron en el último momento cambiar el lugar de salida, no montaron la alfombra, así de claro. Y, vaya, me sentó mal. Porque si llego a saber que se iban a pasar toda la organización por el forro, habría ido sin dorsal y rigiéndome por mi propio cronómetro, cosa que haré el año que viene como la cosa siga así. Por lo demás, satisfecha: quedé de 1532 de los 1745 que llegamos, de 284 de las 415 chicas que éramos y de 56 entre las 84 de mi categoría. El que no se consuela es porque no quiere y les recuerdo que hace dos años llegué de última. El sabor agridulce me lo ha dejado una pequeña lesión en el pie izquierdo, recuerdo de un golpe que me llevé hace un montón de años y que me tiene en el dique seco hasta nueva orden. Esperemos que entre la tobillera y el reposo todo se resuelva satisfactoriamente y no tenga ninguna excusa para andar rodando de nuevo la semana que viene. Un abrazo, vaguetes.