miércoles, 5 de noviembre de 2014

LEER, CORRER, VENCER

Queridos vagos que me leéis: quizá esta casi cincuentona sea una pésima runner (que lo es), ni siquiera me atrevería a llamarme protorrunner, pero si algo soy, es una ávida lectora. Ni que decir tiene que lo segundo que hice desde aquella tarde calurosa que di el primer paso fue documentarme ampliamente y por escrito sobre la aventura que estaba a punto de empezar. Lo primero fue, evidentemente, recuperar el aliento. En mi opinión, los libros de running se pueden clasificar en dos categorías básicas. Los técnicos, que hablan sobre cómo correr, y los personales, que cuentan las experiencias de gente que corre. No me interesaban las experiencias personales de los que lo habían intentado antes que yo (quién lo iba a decir, viendo este blog), al menos al principio. Lo que quería era un manual que fuera guiando mis pasos y todos los aspectos técnicos del asunto. Internet, que es una fuente inagotable de conocimiento si se utiliza bien, siempre lo digo, me proporcionó los primeros datos a través de diversas páginas web, pero era todo bastante deslavazado y caótico, desordenado, mezclando las entradas de cómo empezar a correr con las de cómo terminar el maratón y cosas así, así que recurrí al libraco de toda la vida. Sin embargo, a día de hoy y con la técnica más o menos aprendida, prefiero las páginas web, curiosamente. Afortunadamente el churri había comprado un par de manuales técnicos hacía unos veinte años y fueron los primeros que leí.


Empecé por el más sencillito: "Correr", de Juan Mora. Y bien antiguo, por cierto (al igual que correr). Pero me sirvió para ir familiarizándome con el lenguaje propio de la actividad. Está muy bien para introducirse en el mundillo, ya que trata desde cómo empezar a correr hasta cómo preparar la maratón. Las fotos, de finales de los setenta, no tienen desperdicio. ¡Qué zapatillas, madre mía!




Acabado éste empecé el que ha sido realmente mi guía, también bastante antiguo: "Correr", de Furio Oldani e Iginio Floris, un clásico, condensado y completísimo. Ya hace referencia al test de Cooper, contiene tablas de peso y medida, de edad y pulsaciones y, sobre todo, ejercicios de calentamiento y estiramientos con fotos incluidas. Habla también sobre lesiones y cómo prevenirlas y tiene una pequeña guía sobre necesidades energéticas diarias. Y muy fácil de entender.


Aún me quedaba el gran mamotreto en casa: "El Maratón, aspectos técnicos y científicos". Y es como su título: técnico y científico y me resultó complicado de leer y realmente no habría tenido por qué hacerlo, pero al tenerlo ya dije que de perdidos al río y me embaulé algunas partes. Tiene secciones de anatomía y bioquímica que me salté porque no podía con ellas, pero no cabe duda de que es un manual completo y riguroso.





Como para entonces ya estaba totalmente envenenada y consultaba blogs de corredores, aunque yo todavía no había abierto éste, empecé a buscar más libros por la red y di con uno de mis favoritos, escrito por un colaborador de la revista runner's world y que venía a reproducir las preguntas más interesantes que le habían estado haciendo los lectores durante un montón de años. Me sentí identificada con muchas de ellas, por supuesto. Porque para entonces ya buscaba ver reflejadas en otras personas las mismas experiencias por las que estaba pasando yo, lo mismo que hacéis vosotros cuando entráis en este blog, supongo. Aún así, seguí mirando libros técnicos, y así cayó en mis manos el método Galloway, del que he hablado por activa y por pasiva infinidad de veces y que, por cierto, me costó bastante conseguir. Tuve también una temporada el "Chi running", pero confieso que no pasé de las diez primeras páginas.





El último manual que he leído es el que va camino de hacerse archifamoso: "Mujeres que corren", de Cristina Mitre. Será porque ya no tengo mucho más que saber sobre los mínimos aspectos técnicos, pero se me hizo pesadísimo. No niego que da sabios consejos (entre otras cosas aporta una interesante tabla sobre equivalencias en números de zapatillas) y realmente aborda todos los aspectos del mundillo, desde la prueba de esfuerzo, pasando por temas de cómo vestirse, listas de reproducción para llevar en el ipod o cómo alimentarse hasta un innecesario, en mi opinión, capítulo sobre el maquillaje adecuado para correr. ¿Pero cómo es posible que alguien se maquille para ir a correr? Todo ello salpicado con anécdotas sobre su vida de runner y sobre lo que le cuentan otras usuarias en su blog. Si tenéis alguna amiga runner novata y no sabéis qué regalarle, este libro es una estupenda elección, le encantará.

Vayamos ahora a los libros que cuentan experiencias personales. El primero que leí fue, cómo no, "De qué hablo cuando hablo de correr" de Murakami. Si ya alucinaba con él leyendo sus novelas (está como una cabra), más lo hice viendo su experiencia en el runner mundo. La crónica de cómo corrió la ultramaratón no tiene desperdicio. Por lo demás, prescindible. Porque es Murakami, vaya...
Poco tiempo después recordé que el profe de Educación Física de mi insti me había regalado con motivo de un amigo invisible un ejemplar del que hoy es mi libro favorito sobre experiencias runner: "42 reflexiones y 195 metros", de Javier Serrano. Es un libro delicioso que narra todo lo que Javier va pensando a lo largo del recorrido de la MAPOMA, y la gente a la que se va encontrando. Se lee rapidísimo y es de lo más ameno que he leído sobre este tema. Altamente aconsejable.



Llevada por un estúpido calentón, se me ocurrió comprar "La pasión de correr" de Francisco Medina. No es más que un recopilatorio de opiniones de famosos que corren sobre la práctica de este deporte y sus experiencias personales. No es que esté mal, entendedme, pero no me aportó nada. Las experiencias que más me gustaron fueron las de Carles Francino con Abel Antón y poco más. Entre los conocidos que narran sus experiencias, Araceli Segarra, Anne Igartiburu, el malogrado Darío Barrio, Eduardo Zaplana o Cándido Méndez.




Y por último, este año, con motivo del Día del Libro, el churri me regaló "¿Por qué corremos?", que intenta analizar, y yo creo que sin demasiado éxito, la causa del furor de las carreras populares en estos tiempos. Se enrolla bastante a hablar de corredores emblemáticos y legendarios, como Zatopek, Paula Radcliffe o Gerbeselassie, además de analizar las nuevas tendencias en el mundo del running. Ni fu ni fa, la verdad.




Hasta aquí llega mi humilde biblioteca, que probablemente seguiré ampliando poco a poco. Considero imprescindible, para alguien que esté empezando, que se haga con un manual técnico de referencia, sin atreverme a aconsejar ninguno. Hay miles hoy en día, y probablemente mejores de los que yo tengo. ya sabéis que entre salidas hay que descansar un día. Aprovechad para leer sobre correr. Besotes.




jueves, 23 de octubre de 2014

MORGANA Y LAS BRAGAS DE LA SUERTE


Nunca hagáis esto, nenas. Las de Pam son de goma y no pesan
Hola, queridos. Os gusta el título, ¿eh? Realmente remite a la ropa que me suelo poner para ir a las carreras y prometí que un día explicaría el motivo de adjetivar de forma tan llamativa a tan humilde (pero necesaria) prenda. En la entrada anterior empezamos a vestirnos por los pies, así que lo lógico es ir subiendo. Como habréis imaginado, esta entrada trata sobre la ropa interior femenina para correr. Señores, abstenerse.

Hace muchos años, hace eones, incluso, comentaba yo en una comida la envidia que me daba mi churri cuando lo veía salir por la puerta dispuesto a hacer unos cuantos kilómetros corriendo y la esperanza de que en un futuro muy lejano yo pudiera llegar a hacer lo mismo. Uno de los comensales me miró descaradamente la delantera y me dijo: "Que no te siente mal lo que te voy a decir, pero no creo que puedas llegar a correr nunca. Tienes demasiado pecho". Le contesté que me parecía poco probable que los deportes de impacto estuvieran solo reservados para las planas y ahí nos liamos a hablar de las jugadoras de fútbol que se sometían a reducciones de mama y patatín y patatán, pero yo me quedé con la copla. Vaya por delante, nunca mejor dicho, que da exactamente igual la talla que calces. Para cualquier corredora, sea del nivel que sea, se hace totalmente imprescindible el uso de un sujetador técnico, por razones obvias: al correr se impacta, el pecho rebota y los músculos pectorales pueden sufrir desgarros importantes. Así que mi primera visita al Decathlon, un par de semanas después de empezar a correr, fue para hacerme con un par de piezas. Ni que decir tiene que aproveché para comprar algunas cosillas más, pero eso es otra historia. Todas las marcas deportivas cuentan en su catálogo con sujetadores técnicos hasta la talla 105, así que no hay excusa para que las del club de las tres cifras (talla 100 en adelante) dejen de unirse al apasionante mundo del running por miedo a que sus pechámenes sufran. Eso sí, no esperéis prendas divinas y sexys. Están hechas para proteger el pecho, no para ligar, y eso que en los últimos años el diseño ha mejorado bastante. Los primeros que compré yo solo pueden describirse como un verdadero antídoto contra la lujuria, aunque sujeten como si no hubiera un mañana. Además de ser feos hacen un pecho raro, aplastado y sospechosamente picudo. Y olvidaos de esos monísimos tops técnicos que dejan toda la barriga al aire, no valen para nada a no ser que se lleve sujetador por debajo. Ahora casi todas las marcas low cost tienen ropa de deporte, pero en relación calidad/precio en sujetadores Decathlon se lleva la palma, en mi opinión. El modelo básico en rebajas ronda los seis euros.
Sujetador básico de Decathlon. Feo pero efectivo. Los tirantes se pueden juntar en la espalda.

Top de Decathlon, un poco más mono, pero no sé qué tal irá de sujeción
Top de H&M. Ideal, pero no sujeta


Top de Oysho. Más de lo mismo.

Bien, una vez resuelta la cuestión de arriba, vayamos a la de abajo. ¿Por qué bragas de la suerte? Porque es una suerte encontrar unas que soporten una carrera de diez kilómetros sin que se metan por el culo, hablando en plata. Las afortunadas propietarias de culete respingón sabrán de qué hablo. Las braguitas tienen la irritante costumbre de ir despareciendo entre las nalgas a medida que una se mueve. Yo reservo unas de cuello vuelto con estampado colchonero (rayas blancas y rojas) que no se desplazan ni un milímetro para los días de carrera. Pero hay otras opciones. A las fans del tanga no les aconsejo su uso, la tira central acabará rozando y haciendo daño a la larga, y no veo otra solución para evitarlo que untarse generosamente vaselina entre los cachetes del culo. También existe la posibilidad de ir de comando y prescindir de la ropa interior, allá cada cual. Los culottes me resultan incomodísimos, así que un día que pasé por un mercadillo se me encendió la bombilla con una idea feliz y me compré unos gayumbos, como lo oís, de ésos bien pegaditos al muslo y sin bragueta ni espacio para acomodar el paquete que no tengo. Y fue mano de santo, palabritadelniñojesús. Los bóxers de lycra se acomodan sin problemas a todos los tipos de trasero, son elásticos y ni te acuerdas de que los llevas puestos. Y si tienes algún percance durante una carrera nunca te pillarán en bragas, nunca mejor dicho.

Terminemos este post con una prenda importantísima: los calcetines. Nunca se debe correr sin ellos por aquello de las rozaduras. Y mejor elegirlos técnicos, porque algunos calcetos tienen la mala costumbre de ir desapareciendo en las profundidades de las zapatillas, formando arrugas y, en suma, jodiéndote la existencia mientras corres. Yo soy fanática de los tipo escarpín por el tema de que no me queden demasiadas marcas del sol. Mis favoritos son los de newfeel, que también venden, cómo no, en san Decathlon. A veces compro también los de tenis. Para el invierno prefiero los reebok.

En fin, en siguientes entregas seguiremos poniendo capas a nuestra indumentaria. Esta vez para los dos sexos y para todos los públicos. Me voy corriendo a entrenar. Mil besotes.

martes, 21 de octubre de 2014

EL ZAPATO DE CENICIENTA Y EL BATE DE BÉISBOL.

La mitad derecha culpable de todas mis desgracias
Cenicienta, ésa soy yo en el mundo runner. Al paso que voy jamás llegaré a besar al príncipe de los seis minutos en una diez mil, pero bueno, tampoco es un objetivo que me quite el sueño. He comentado mil veces que el principal motivo por el que corro es para lograr aquel objetivo humanista de "mens sana in corpore sano". Si en el intento bajo mis tiempos, perfecto. Si no, tampoco pasa nada. Soy una runner aficionada pero incluso nosotros,  los más amateurs del último cajón, debemos vestirnos como los hombres: por los pies. Porque en los pies comienzan no pocos problemas y yo voy a contar los míos por si le sirve a alguien.

Cuando empecé a correr hace tres años no tenía el menor equipamiento. La ropa deportiva me daba urticaria, el chándal me parecía una prenda propia de Belén Esteban y, por supuesto, no tenía el calzado adecuado. Como no sabía hasta qué punto me iba a durar la nueva afición y las zapatillas de correr cuestan una pasta, usé durante tres meses lo único que tenía remotamente parecido a un calzado técnico: unas zapatillas nike de vestir que me había comprado para ir a los  conciertos de rock multitudinarios, que exigen muchas horas de pie.  Ocho semanas más tarde, viendo ya que la cosa iba en serio, hice una inversión inicial aconsejada por el dueño de la tienda de deportes donde siempre compro las zapas: unas Saucony Grid Ignition 2, que aunaban felizmente amortiguación y ligereza. La marca no me sonaba ni por el forro, pero ya se sabe, la cosa va por modas. Hace años lo petaban Adidas, Reebok y Nike, después le tocó a New Balance y ahora lo más al parecer son Mizuno y Asics. A mí me fue de coña con Saucony, a pesar de que tuve que ponerme unas cuñas taloneras por un principio de periostitis. Y como me fue bien, a los 800 kilómetros repetí marca, que no modelo, y me agencié unas Progrid Jazz 15 con las que estuve todavía más contenta. Hasta que la rodilla izquierda empezó a dar la vara con su asqueroso dolorcillo tipo broca de taladro, unos seis meses después. Entonces decidí visitar al ortopedista para corregir la pronación que ya sabía que tenía (se me nota a simple vista con algunos zapatos) con unas plantillas a medida. Y tan ricamente. Muerto el perro, se acabó la rabia.

Pero hete aquí que toca cambiar otra vez las zapas, sobre todo por el desgaste del talón, y en mi tercera visita a la tienda de deportes, cargada con las zapas viejas, las plantillas y un par de calcetines de los que uso habitualmente, no me aconsejan el nuevo modelo de Saucony porque no tiene tanta amortiguación como el anterior. Y me dejé aconsejar, claro. Me llevé unas Asics Gel-Pulse 5. Y un número más, por añadidura. He de decir que esta vez me atendió otra persona. Y lo típico: "¿Te quedan bien? ¿Estás cómoda con ellas?". Claro que estaba cómoda con ellas, coño, si no te hacen daño unos zapatos de boda en la tienda y el día del casorio te cagas en todo y se te ponen los pies como boniatos, imagínense unas zapatillas hechas expresamente para hacer ejercicio. En parao quedan comodísimas, por supuesto. No vas a notar nada hasta que lleves varios kilómetros encima, cuando ya no las puedas cambiar.

Bueno, pues allá estaba yo por el mes de mayo con mis zapas nuevas,  mis plantillas viejas y mis muchas ganas de trotar después de un invierno poco productivo, y trote a trote llegó julio. Y salgo una tarde y nada más empezar, en los primeros quinientos metros, noto un dolor en la rodilla derecha que me hace cojear ostensiblemente. Y no era igual que el anterior, aparte de ser en la otra pierna había pasado de broca de taladro a bate de béisbol. Strike 1. No le di demasiada importancia, tras dos kilómetros de trote me iba pasando e hice oídos sordos. Mal.

El dolor de rodilla me duró todo el verano, strike 2. Llegó septiembre y me empecé a preocupar en serio, ya que tenía una diez mil a principios de octubre, y en ese momento ya era absolutamente incapaz de correr más de dos kilómetros seguidos. No solo eso: había bajado la velocidad en un minuto por kilómetro, lo que me faltaba, ya soy yo bastante lenta. Y lo que me acabó de desesperar fue el empezar a tener dolor de espinillas otra vez. Me daba la impresión de que necesitaba correr con tacones para dejar de sentir dolor. Strike 3. Entré en pánico. Me faltó un dígito para marcar el teléfono del traumatólogo, pero afortunadamente pude enfriar las neuronas y sentarme a reflexionar. Me dije: A) Llevas solo tres años corriendo (vivir con un runner veterano da ciertas ventajas, vas viendo venir las molestias y las lesiones en la línea temporal, lo que te permite hacer aquello de "cuando las barbas de tu vecino veas cortar..."); B) Tu volumen de kilometraje es irrisorio, no pasas ni queriendo de 30 kilómetros semanales; C) Jamás has hecho deportes de torsión, ni de torsión ni de ningún tipo, vaya, por lo menos hasta que la barra fija del bar sea considerado deporte (o torsión). Las rodillas suelen cascar por deportes de torsión: fútbol, baloncesto, tenis... Conclusión: es IMPOSIBLE que tengas algo de cuidado, así que... tienen que ser las plantillas o las zapas nuevas.

Para entonces estaba tan de la olla que empecé a hacer ejercicios de calentamiento como si no hubiera un mañana, a ponerme hielo al llegar y, en fin, a poner en práctica todos los trucos habidos y por haber. El churri me sugirió que preguntara a mis colegas runners de facebook por si alguno había pasado por lo mismo, y ahí saltó Fran: "Oye, ¿tú no habías cambiado de zapatillas hace poco?". Y se me acabó de encender la bombilla. Pues claro que no podía ser de las plantillas, llevaba un año con ellas y nunca antes me habían dado problemas. Así que a cinco días de la diez mil, me volví a mi antiguo combo plantillas+Saucony y la cosa mejoró sensiblemente. Tanto, que el día de la carrera no tuve que llevar la rodillera. Empecé a hacer cálculos y cantaron como Pavarotti: había empezado con molestias cuando llevaba cincuenta kilómetros con las zapatillas, y aún así las usé 120 kilómetros en total. Horror, terror, pavor.

Me sigue pareciendo increíble que un calzado inadecuado pueda causar tanto dolor y tantas molestias, pero el caso es que es así. 100 euros tirados a la basura. No sé cuál fue la causa, si el exceso de amortiguación o el haber cogido un número más, cosa que no debí haber hecho nunca puesto que las plantillas me las hicieron expresamente para un 39, no para un 40. El caso es que al hacer el juego de la rodilla al volver a poner el pie en el suelo, no tenía nada que me retuviera la retracción. Tendré que dejar esas preciosidades para andar y pedalear e ir ahorrando para unas Saucony nuevas, puesto que estoy corriendo con las viejas y las pobres están ya un poco maltrechas. Y lo cierto es que esto es una lotería, todo en la tienda queda cojonudamente, pero metidos en harina puede cambiar mucho el cuento. Moraleja: si estás cómodo con una marca, no cambies. Poner cuernos puede salir caro. Carísimo.

martes, 7 de octubre de 2014

LA CORUÑA 10 2014: CÓMO ACABÉ MI SÉPTIMA DIEZ MIL

Dorsal verde que me asigna el cajón plebeyo
Heeeey, queridos vaguetes, long time ago. ¿Qué tal os ha tratado el veranete?  ¿Habéis corrido mucho o más bien os habéis dedicado al dolce far niente en la silla de la playa? Los que habéis tenido la suerte de tener tiempo de playa, claro. Yo regreso decidida a seguir contando mis pocas gracias y mis muchas desgracias, así que antes de chafardearos mi carrera del domingo, voy a rebobinar un poco hasta donde lo dejamos la última vez. Creo recordar que andaba yo más contenta que el "Happy" de Pharrell Williams ampliando mis horizontes y estrenando mis nuevas zapatillas Asics, allá por junio, con muy pocos remordimientos de conciencia por haber puesto los cuernos a mis Saucony de toda la vida. Acabé el curso haciendo ya un rodaje de doce kilómetros semanales y con buen ánimo y a finales de mes tuve que parar unos días por motivos que no vienen al caso. En julio empecé a correr de nuevo y llegó la sorpresa, súbita y desagradable: un dolor espantoso en la rodilla derecha durante el primer kilómetro de rodaje. Como si me dieran con un bate de béisbol en mitad de la rótula. Hice caso omiso y seguí entrenando en plan tranqui, entre diez y quince kilómetros a la semana para no perder la costumbre.

Para cuando volví en serio ya en septiembre el dolor se extendía a ambas rodillas, me duraba toda la carrera y empezaba a afectar también a las espinillas, y entonces sí que me empecé a preocupar de verdad. No era capaz de correr más de un kilómetro seguido sin tener que andar un poco. ¿Cómo me las iba a arreglar teniendo mi primera carrera de la temporada a la vuelta de la esquina? Empecé con un método ensayo-error pensando que no podía ser nada de cuidado: sólo llevo tres años corriendo, hago pocos kilómetros a un ritmo de tortuga, nunca hice deportes de torsión, ni de torsión ni de nada, vaya... probé a echarme cremas de calor antes de salir, a ponerme rodillera, a echarme frío al llegar, a subir y bajar escaleras, a calentar a lo bestia, a pedalear a lo bestia... nada. Entonces empecé a pensar que la cosa tenía que ser de la suma zapatillas+plantillas. Solo tuve que hacer un rodaje con mis antiguas saucony y mis plantillas ortopédicas para erradicar el problema. Ahora tengo unas bonitas asics nuevas de cien pavos del ala que solo me sirven para pedalear, caminar y otras cosillas suaves. No sé dónde está el problema, si en el exceso de amortiguación o si en que por consejo de la chica de la tienda me llevé un número más, pero el asunto es que en el movimiento de retracción de la rodilla no me frenan y taloneo que da gusto, y de ahí el dolor. Comento todo esto por si le puede servir de ayuda a alguien que esté en la misma situación.

En fin, que el miércoles pasado ya tenía todo preparado para correr mi séptima diez mil, congratulándome porque habían cambiado el recorrido por otro mucho más asequible sin cuestas arriba, aunque un poco más feo. El índice de participación se anunciaba apoteósico y así fue: a cuarenta y ocho horas de la prueba había seis mil inscritos. Estaba tranquila, subsanado el problema de las rodillas lo único que quería era pasármelo bien y pasar de bajar tiempos, y, sobre todo, ir bien: el primer año fui con una contractura de cervicales y el año pasado convaleciente de un resfriado brutal. Solo pedía que los virus me dejaran en paz. No fue posible: el jueves me levanté con dolor de garganta y el domingo por la mañana era un puro ay de tantas agujetas que tenía de pasarme la noche tosiendo. Es lo que hay. ¿Me quedé en casa? Por supuesto que no, y menos después de lo que tuve que luchar contra la puñetera organización y su maldita falta de previsión. Acercaos, niños, ha llegado la hora de escuchar el cuento de los sapos y las culebras contado por la tita Morgana.
Punto uno: es la primera vez que llego a recoger un dorsal dos días antes de una prueba y me encuentro una cola de hora y media (sí, han leído bien) para hacerlo. Eso sí, en la planta de deportes de cierto centro comercial que suele estar más vacío que la nevera de Carpanta, por si acaso mientras te mueres de asco esperando se te ocurre comprar algo. Como decían los del foro de Correr en Galicia, tardabas más en coger el dorsal que en correr los putos diez kilómetros, incluso yo. Me pregunto cómo harán en carreras de cierta enjundia como la MAPOMA o la San Silvestre Vallecana, vaya...
Punto dos: ¿en qué cabeza cabe colocar la línea de salida en una zona que está en obras, con un estrechamiento en los primeros quinientos metros que va a provocar un tremendo embudo y cabrear, por consiguiente, al que vaya intentando hacer marca, y con el peligro añadido de los adelantamientos, pisotones, codazos, etc? Ah, sí, al que asó la manteca, cierto. La salida fue tan lenta que tengo un desfase de tres minutos entre el tiempo oficial y el tiempo neto.
Punto tres: sabiendo como se sabe por anteriores ediciones que en dicha prueba lo normal es que el día sea caluroso y soleado... ¿cómo es posible que en avituallamiento del kilómetro cinco no hubiera agua para todo el mundo? Y peor: ¿cómo pudieron dejar sin agua a los niños en su prueba de pitufos? Si, ya, claro, no se esperaba tanta participación, pero la carrera fue el domingo y la inscripción se cerró el martes. ¡No excuses! Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Vayamos al tajo pues. Amaneció un día estupendo, me levanté hecha un cristo después de toda la noche estornudando y tosiendo y decidí ir igualmente, que de retirarse siempre hay tiempo. Además, el churri iba a correr por fin después de un año en el dique seco y me hacía ilu ir juntos. Tras repetir como un mantra mil veces eso de "habla chucho que no te escucho" mientras mi madre y el susodicho desgranaban las mil y una razones por las que debería quedarme en la cama a pesar de no tener fiebre ni los bronquios comprometidos, enfilé hacia el paseo del Parrote muy convencida de que la cosa iba a ir bien. Trotamos y anduvimos en plan calentamiento hasta la salida, ya muy concurrida, y cada uno se fue a su cajón: el churri en el dos y yo para el último con los pobres pero honraos. Tuve un ataque de tos mientras esperábamos el pistoletazo y la gente me miraba con aprensión. No era para menos. Afortunadamente llevaba los tirantes del sujetador técnico abarrotados de clínex. La salida, fijada para las diez y media zulú, se retrasó unos minutos y fue lenta lentísima. Empecé a trotar pendiente de mi rodilla, que me dolía un poco, y en menos que canta un gallo ya estaba metida en mi séptima diez mil.
Como viene siendo lo habitual en mis últimas carreras, pasé de salir como un espútnik y no establecí la velocidad de carrera hasta el kilómetro tres, en que fijé el rodaje en unas semi-cómodas 174 pulsaciones de media, lo que suponía un ritmo de 6' al principio y un desagradecido 7' allá por el kilómetro nueve. En el tercer kilómetro muchos de los que me rodeaban ya iban combinando andar y correr. Yo conseguí no andar ni un solo centímetro del recorrido y hacerlo todo corriendo. En el kilómetro cuatro me llegó el momento revelación y mi único pensamiento era calcular cómo iba a invertir el medio litro de agua que me iban a dar en el kilómetro cinco. Normalmente bebo la mitad y me tiro la otra mitad por encima. El público animaba muchísimo. Es lo único bueno de que haga buen día. De la rodilla ya hacía rato que me había olvidado, más bien iba luchando por mantener mi garganta limpia de secreciones. Y es que no hay nada como una buena carrera para desatascar las cañerías, de verdad.

Por fin llegamos al avituallamiento y no quieran saber la cara de gilipollas que se me quedó cuando le dieron la última botella de agua al chico que iba delante de mí. ¡Y ver a todo el mundo tirando las botellas a medias mientras yo me moría de sed! A pesar de que no iba nada hecha polvo, la rabia me dio nuevas energías y empecé a gambear y a pasar gente como una loca. Y es que solo quedaban dos kilómetros para que empezara la cuesta abajo que conducía a la meta, cuesta que me conozco muy bien porque es la de la San Silvestre. Y cada vez iba más gente andando.

Mi culito y yo, lentos pero seguros
Para entonces yo ya rodaba a los malditos 7' pasando kilos de plantearme esprintar para intentar entrar en menos  tiempo. Si hubiera tenido agua... aún. A palo seco, ni de coña. Entre mocos y sudor creo que perdí un par de litros de líquido. Así que llegué a meta sin pena ni gloria, furiosa cuando vi la diferencia entre el cronómetro del arco y el de mi reloj de pulsera. Pero bueno, bien está lo que bien acaba. Por lo menos pude resarcirme en el avituallamiento de meta cuando me dieron dos botellas de líquido y el delicioso pan con pepitas de chocolate.
El churri entrando en meta y comprobando que no llega tarde
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Hala, se acabó lo que se daba. A otra cosa, mariposa.
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Agua... ¿dónde está el aguaaaa?
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 En fin, nada digno de destacar excepto que me estoy haciendo una experta en correr con virus a cuestas. A ver si la organización se esmera un poco más la próxima vez. Yo por mi parte empiezo una nueva temporada con nuevos objetivos, nuevos proyectos y nuevas ilusiones. Cuarenta y ocho horas después no me duele la rodilla, apenas tengo agujetas y sigo moqueando mucho. ¿Qué más se puede pedir?

Estaremos en contacto, vaguetes. No olvidéis que os vigilo. Mil besotes.

lunes, 2 de junio de 2014

HE VISTO EL HORROR Y ES HORROROSO: EL TORMENTO CHINO DEL FINDE

¡Segunda medalla! Todas las fotos son propiedad de Fata Morgana.
Gracias, Paula y Mónica por el reportaje.
 Hola, queridos vaguetes. ¿Qué tal os ha ido el mes? a mí no del todo mal, a la vista de la foto en la que salgo exultante con mi segunda medalla al cuello. La procesión iba por dentro, sobre todo por dentro de mis numerosos músculos. Me costó bastante ganarla. Pero vayamos por partes, ya sabéis que soy una gran admiradora de Jack el Destripador.
Tras un cambio de zapatillas y de rutina de entrenamiento (cambié Saucony por Asics y comienzo a aumentar el kilometraje de los rodajes largos, ahora mismo estoy en once) me dispuse a correr las dos últimas carreras de la temporada: la escolar del Salnés, celebrada por y en el colegio Abrente de Portonovo, con unos ridículos 3.800 metros, y la del cáncer, en La Coruña, de unos 5.000. Era la tercera vez que corría cada una de ellas y... ¡Oh, là, là!, que diría un gabacho ¿tenían que coincidir el mismo fin de semana, señorrrr?
Sí, estoy ya en plan runner envenenado: dos carreras en cuarenta y ocho horas, viernes y domingo. Cortas, vale, pero he dicho cienes y cienes de veces que da igual, cuanto más corta más rápido corres y al final sufres lo mismo, o más. No tenía pensado entrenar mucho esa semana, si acaso un rodaje suave el martes, pero el resfriado, ese convidado de piedra que jamás me abandona en el mes de mayo, que a mí en vez de con flores a María me vienen con virus asquerosos y mocos verdes, se personó alevosamente el sábado anterior. Bendita equinácea, que por lo menos minimizó los síntomas (que no los días de duración). Tras una semana asquerosa en la que hizo frío y no paró de llover, el viernes amaneció resplandeciente para torrarnos bien el colodrillo, cómo no, corríamos a las 12:00 zulú. Cogimos a los alumnos de los cursos superiores de primaria y a toda la secundaria y hala, al autobús. Yo, siguiendo la tradición, llevé la camiseta de la Maratón de A Coruña del mes anterior.
La carrera del Salnés es una tortura china, no tienen más que leer en este humilde rincón la crónica de las dos ediciones anteriores, con unas cuestas horrorosas rompepiernas y pulmones absolutamente impropias para una carrera con niños. Y a eso añadámosle el calor y el sol de justicia. Pues eso, casi es preferible lo de la gota de agua horadándote el cráneo lentamente.Lo pasé tan mal o peor que el primer año. Empecé con un ritmo más bien bajo, pero enseguida me dejé llevar por la masa crítica y a alargar la zancada mientras pudiera, es decir, hasta llegar a la cuesta. Y al igual que la primera vez, tuve que andar. Llegó la primera cuesta antes del paso de meta y no me corté un pelo: en el repecho final vi que se me estaba disparando el ritmo cardíaco más de lo deseable y anduve unos metros. Un paisano muy amable esperaba con una manguera y si querías, te regaba cual geranio derretido. Y yo quise.

Fresqui, fresqui, acabando de empezar. Así cualquiera.
Primera vuelta, cuesta abajo. Iba cantando.
Fin de la primera vuelta. Cara desencajada y patas Lina Morgan
Manuel y yo, contentísimos por no haber muerto en el intento
Si en la primera vuelta había gente andando a mansalva, en la segunda ya fue el despiporre. Yo seguí fiel a mi táctica y no volví a hacerlo hasta llegar nuevamente al repecho del 6,8 % de mis desgracias. Allí estaba mi alumno Manuel tan hecho kk como yo, así que decidimos entrar juntos en meta como si no pasara nada y fuésemos frescos como lechugas. Las fotos no hacen justicia a nuestras caras al más puro color rojo capote torero. Lo hicimos en 25' 11'', un minuto más que el año pasado en mi caso. Llegué de quinta en mi categoría, bajando un puesto con respecto a la edición anterior y me dieron medalla. Nuestro cole hizo varios podios, dos de ellos con el número uno.
Lo mejor, como siempre, la experiencia compartida con los chavales, animarnos unos a otros y quejarnos juntos al final de lo mucho que habíamos sufrido. Esta mañana aún seguíamos comentando la carrera. No me han quedado ganas de volver, pero lo haré por lo bien que me lo paso con ellos. Y por la medalla, para qué lo voy a negar. Al fin y al cabo es la única que voy a ganar al año, y eso con suerte.

Dicen en mi pueblo que si no quieres caldo, toma dos tazas, así que me ceñí a ello más que una faja spandex a un culo gordo y el domingo volví a la carga. Les diré que quedé tan reventada de la experiencia de Portonovo que la noche del viernes dormí diez horas seguidas de un tirón. El sábado me levanté un poco Robocop, pero era un dolor soportable que se fue desvaneciendo durante el día. La carrera del cáncer es un clásico obligatorio para mí, y además es (era) un recorrido muy agradable por el paseo marítimo de La Coruña. Sí, sí...

 Nuevamente, dorsal capicúa (el año pasado llevé el 858) y novedades en la camiseta, que cambió el algodón de toda la vida por la microfibra. Tan ligera que trasparentaba todo. Me dijo la chica que me la dio que tal despliegue se debía a la cantidad de gente que se había apuntado (había carrera infantil, andaina y dorsal solidario, además de la carrera absoluta). El sábado me fui a sobar más tranquila que un ocho, puesto que me tengo (tenía) chapado el recorrido, y aquí paz y después gloria.
Sí, sí... llego el domingo a la línea de salida y me veo a todo dios mirando pa Cuenca, o, lo que es lo mismo, del lado contrario del que solemos salir. Y ya fruncí el ceño. Eso no auguraba nada bueno ¿un cambio de recorrido?
El speaker cristalizó mis más negras sospechas al anunciar que se iba a subir al pulpo. Me explico: el pulpo es un ídem de esmaltes colocado en la parte más alta del paseo marítimo de La Coruña, coronando una pendiente del 7,1%, enfrente del funicular que lleva al monte de San Pedro. Es una cuesta horrorosa, yo cuando la hago en bici acabo bajándome en el repecho final y siempre se me ha llenado la boca diciendo que preferiría hacerla corriendo que pedaleando. Jamás la había hecho corriendo y, por bocazas, no iba a tardar mucho en "disfrutar" de la experiencia. Mi ceño se convirtió en una sima. Total, que cambiaron el recorrido, que antes era de dos vueltas y más o menos agradecido, por otro mucho más feo que daba la vuelta al estadio de Riazor, no sé si en honor a que el Deportivo había ganado la liga el día anterior, y  después enfilaba al jodido pulpo.
Entrando en meta escoltada por el churri


La salida fue bastante tranqui y yo me lo tomé también con calma, de hecho en los primeros 500 metros no bajé de 7'30''. Afortunadamente, no me iba resintiendo de nada de la carrera del viernes, y eso que el culo me había quedado bastante maltrecho. Y así pim pam llegamos a la cuesta del puñetero cefalópodo. Ni lo intenté. En el repecho más chungo empecé a andar. No anduve ni doscientos metros, lo juro por mi gps que me canta la distancia cada cuarto de kilómetro, y eso fue suficiente para que perdiera toda la ventaja que llevaba hasta entonces: iba a un ritmo de 6'. Lo peor, 
aparte del calor, la jeta que me ardía, el rayo de sol en mitad de la cocorota y los pulmones convertidos en bolas de fuego, era ver bajar alegremente a los que iban en cabeza sonriendo y dándonos ánimos en plan perdonavidas, sé que lo hacían con la mejor intención, pero en ese momento jode. Lo poco que puedes pensar, claro, el cerebro está a punto de entrar en colapso. En la bajada intenté recuperar lo andado pero fue imposible. En el kilómetro cuatro ya sabía que no podría superar la marca de 28' de la edición anterior. Y todo por culpa del pulpo.

Superada la meta, ensayo para el vídeo de Thriller, o busco en quién apoyarme, no sé
 Llegando a meta vislumbré con la poca capacidad para alegrarme que me quedaba la camiseta naranja del churri, pensando que por lo menos habría una mano amiga para recoger mis restos si caía fulminada al pasar por el arco. Apreté un poco, estimulada por sus palabras de ánimo, y crucé la meta en un tiempo neto de 32' 41" furiosa con el mundo y con el pulpo. Eso fue lo primero que me dijo el churri tras darme la enhorabuena y preguntarme si estaba bien: "¿Os hicieron subir al pulpo?" Con los pocos huelgos que me quedaban me deshice en improperios que él coreó con energía (la solidaridad es muy importante en esos momentos) y me fui para casa jurando no volver a comer pulpo en toda mi vida y mucho menos volver a presentarme a carreras de menos de diez kilómetros, que una ya va mayor y quiere cosas serias, y, sobre todo, planas.
Después, ya viendo los resultados, se me fue pasando un poco el cabreo. El capicúa me seguía persiguiendo: quedé de 808 de 890. No se conforma el que no quiere.
Y éste es, a grandes rasgos, el resumen de mi fin de semana runner, amigos. Con él termina mi tercera y más bien humillante temporada de carreras, que recomenzará con La Coruña 10, el 5 de octubre. Espero estar mejor preparada entonces, si consigo llevar al día mi nuevo plan de entrenamiento.
Un último apunte para mis nuevas zapatillas: estoy encantada con ellas. Cambié de marca y puse cuernacos a Saucony aconsejada por la chica de la tienda a la que suelo ir y que sabe que soy obsesa de la amortiguación. También he cambiado de número: un 40, obligada por las plantillas a medida que me corrigen la pronación. Entre una cosa y la otra mis rodillas han mejorado mucho. Ahora toca preparar los festejos de mi tercer runner-aniversario, que será en julio. Hasta la próxima y feliz carrera, vaguetes.

jueves, 8 de mayo de 2014

ADIÓS A LA CICLOGÉNESIS: CÓMO TERMINÉ MI SEXTA DIEZ MIL

Sí, señor: por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Ya sé que llevo cuatro largos meses sin dar señales de vida por esta pista de atletismo. ¿Y para qué? pregunto yo. ¿Para informarles de que cada tres días teníamos una ciclogénesis explosiva que hacía harto dificultoso salir a entrenar? Acabaría siendo aburrido decir siempre lo mismo, ¿no? Ni siquiera los runners más runners del mundo mundial, los megarrunners, han podido seguir este invierno un ritmo de entrenamiento normal.
 
En fin, queridos vaguetes, la última vez que nos vimos fue nada más acabar la San Silvestre, allá por enero. ¿Qué ha sido de mi vida? Pues tras la carrera estuve diez días en el dique seco por un dolor persistente en la planta del pie, y cuando quise retomar, se me pusieron los elementos en contra para poder hacer tres salidas a la semana, ya no por la lluvia: raro era el día que no iba acompañada de vientos de 100 kilómetros por hora. Uno de los días que esperaba a que escampara una brutal granizada agazapada en un pilar del puente de la Barca me dio por pensar que vale, que el dolor es necesario y el sufrimiento opcional, pero que también masoquismos, los justos. Y que hay que ir pensando en un plan B indoor de cara al próximo invierno, si tenemos la mala suerte de que venga tan malo como éste. Las semanas más agradecidas pude hacer dos entrenamientos. Las más agradecidas, insisto. Y mucho Galloway, he acabado del Galloway hasta el moño.
 
Total, que con un entrenamiento de mierda (con perdón) me estaba preguntando yo cómo iba a ir este año a la paralela de diez kilómetros que se organiza con la Maratón Atlántica de La Coruña, que ya va por la tercera edición y a la que tengo gran cariño puesto que es la primera diez mil que corrí en mi vida. El plazo de inscripción se abrió allá por noviembre y yo tomé la decisión de ir contra viento y marea, nunca mejor dicho, el 19 de abril, ocho días antes de que se celebrara. Y sin pensar en ningún momento en superar la marca del año anterior, por supuesto. Incluso en algún momento pensé que no iba a ser capaz de acabarla, teniendo en cuenta que la última vez que había corrido diez kilómetros había sido allá por octubre, pero como no me tengo por cobarde, me inscribí. Aunque sólo fuera por la camiseta.
 
La maratón de Coruña va ganando peso en el circuito de carreras y en la ciudad se nota. Un mes antes del evento ya estaban colgados los carteles para animar a los atletas. La MAPOMA, que se celebraba el mismo día, cambió parte de su recorrido, se supone que afectada por la competencia. También lo hizo la maratón coruñesa, pero de eso ya hablaré luego.
 
Hasta el día anterior no empecé a preocuparme de nada (mala señal en mí, que me gusta llevarlo todo atado y bien atado) salvo de colocar el chip correctamente en la zapatilla para no volver a dejármelo en casa jamás de los jamases como el año pasado. Aún recuerdo el cabreo que me agarré cuando quince minutos antes de empezar la carrera me miré los pies y vi que no lo tenía. Me olvidé la camiseta térmica y me dio igual. Y, sin embargo, estuve muy nerviosa la noche anterior y dormí mal, preocupada por si no me sonaba el despertador y por otras mil naderías.
 
Esta vez me ahorré un poco de madrugón al no acudir a la salida de la maratón, ya que el churri sigue lesionado y se quedó en casa roncando a tres voces, afortunado él. Así que a las nueve cero cero zulú salí de casa encontrándome con gente tan dispar como los patinadores que formaban parte del dispositivo de acompañamiento de la maratón y los borrachos envidiosos que se dedicaban a vacilar a los atletas en el Cantón Grande. Probablemente no volverá a haber en mucho tiempo un día mejor para una carrera: sin sol, sin calor, sin frío, sin viento (por lo menos en mi recorrido). Calenté un poco y me situé en el último cajón (como siempre). El speaker, un pelma, lamento decirlo. A algunos runners les molará estar escuchando en la línea de salida a un tío que habla cual cotorra tras tomar sopas de vino, pero a mí me pone todavía más nerviosa, así que me calzo los cascos e intento inhibirme de todo lo que me rodea. Esta vez llevaba una lista de reproducción de rock español creada ex-profeso para el evento por el churri, que además de runner es dj aficionado. Coincidió el pistoletazo de salida con Fito y los Fitipaldis y tras unos primeros metros un poco caóticos, empezamos a gambear.
 
Como ya dije más arriba, este año han cambiado el recorrido por otro más agradecido pero también más feo. Anteriormente, gran parte del trayecto transcurría por el paseo marítimo de la ciudad (unos siete km en la carrera de diez), con una excelente vista pero antipático en el muy probable caso de que sople el viento, verbigracia, zona de la Casa de los Peces. El nordeste puede llegar a producir una frenada importante en el corredor. Este año hubo más trayecto por el centro, al abrigo del nordés y, por lo tanto, más fácil para el sufrido runner (y más posibilidades de aumentar las marcas, por cierto). También se aumentó el  número de grupos de rock que amenizaban el recorrido: llegué a contar (que no a escuchar) hasta cinco bandas. Y, por supuesto, no faltaron los puestos de zumba en la calle.  Este año la organización optó por no hacer zafarrancho entre la élite maratoniana y los humildes diezmilistas: no nos mezclamos apenas, pero se nos permitió aprovechar su avituallamiento, en el kilómetro 2 ya nos estaban dando botellas de agua. Y también nos dieron gajos de naranja, qué nivel, Maribel.
 
Mientras tanto, ¿qué tal me iba a mí? Pues no muy mal. Salí mucho más tranquila que otras veces, que procuro llegar a las 180 ppm en los dos primeros kilómetros. Hasta el cuatro no tuve el momento revelación, aunque sí tenía claro que acabaría la carrera. A partir del seis todo se me pasó rapidísimo, como siempre. El día anterior había dicho que firmaba por hacerlo en hora y diez. En algún momento pensé que quizá podría llegar en hora y seis, pero no tenía ninguna gana de forzar la máquina. Crucé la meta muy cómoda de pulmones y con las rodillas como si me hubiesen dado con un bate de béisbol en un tiempo neto de 1:08:00, mismo tiempo que en Padrón el año anterior (y había llegado con un pulmón en cada mano, no me quiero ni acordar) y quince segundos menos que en mi anterior diez mil, hace seis meses. Así que no me quejo, teniendo en cuenta que a estas alturas llevo cien kilómetros menos de entrenamiento en mis zapatillas que hace dos años. Como suele suceder, migraña monumental al terminar. La parte buena es que al día siguiente, salvo el dolor de cuádriceps, estaba mucho mejor que otras veces. Y vaya, que parece que se me va yendo ya el muermo invernal, afortunadamente.
 
 
entrando en meta con bastante presencia de ánimo
Resulta digna de destacar la alta participación de este año: 1500 corredores. El tirón de la maratón y del circuito de carreras organizado por el Ayuntamiento de La Coruña empieza a hacer mella en la población, cada vez hay más gente entrenando y asistiendo a las convocatorias. Mi próxima cita, el 25 de mayo con un clásico: la carrera del cáncer. Ahora que he resucitado, ya os contaré. Hasta la próxima, vaguetes.
 
 

miércoles, 8 de enero de 2014

TREINTA MESES CORRIENDO: CÓMO TERMINÉ MI TERCERA SAN SILVESTRE



Con Bruno, antes de la salida

Mis queridos vagorrunners, antes de nada quiero desearos muy feliz año nuevo, un año lleno de felicidad y de largas tiradas de kilómetros que vuelvan vuestras flácidas extremidades duras como el acero. Llevo un tiempo sin pasar por aquí, básicamente porque no tenía nada interesante que postear y no me gusta repetirme como el ajo. Desde que dejé el "citius, fortius, altius" he seguido saliendo a correr, por supuesto, pero sin novedad en el frente que merezca figurar en las páginas de este humilde blog.
Otra cosa es la celebración de mis dos años y medio como runner, que, como no podía ser de otra manera, coincide con la San Silvestre. En mi caso, corro la de La Coruña, que ya va por la cuarta edición y consta de 7.700 metros. Para mí es la carrera con la que estreno la temporada, así que no me lo tomo a coña: nada de disfraces ni de ambiente festivo aunque a mi alrededor la peña esté de cachondeo. Voy más seria que un enterrador y, normalmente, nerviosísima. Mi resultado en ella para mí es determinante, una especie de barómetro que me indica cómo me va a ir en los próximos doce meses.
Y sí, fui nerviosa porque además iba sola. El costillo sigue retirado por la fascitis plantar de mis pecados. No tiene nada de particular para mí ir sola, lo hago en muchas carreras, pero la San Silvestre, como he dicho, es especial y estoy acostumbrada a que salgamos juntos de casa y no a que la mitad del combo (la que corre, por cierto) se quede en el sofá deseándome suerte.
De la organización tengo mucho que decir y nada bueno. Además de ser un clavo (doce euros sin chip amarillo, aunque este año dieron una bolsa bien molona en vez de la de plástico habitual y se dice, se comenta, se rumorea que algo es para obra social), se pasan la vida cambiando el lugar de recogida de los dorsales y puteando al personal. Y este año ya fue el colmo, puesto que no dieron dorsales el día de la prueba, siendo ésta por la tarde. Y la gente que no vive en La Coru tuvo que ir dos veces, una a coger el numerito y otra a correr.
Sobre el tema de la inscripción cerrada también tengo ladridos varios: cada año aumentan la cuota en unas 250 personas, este año éramos 2000 los inscritos. Si es una carrera lúdica no comprendo ese tajo, con el tráfico de compraventa de dorsales que conlleva, y menos cuando la excusa es que la carrera sale de la plaza de María Pita y que no hay sitio para que vaya todo dios, lo cual les hace caer en contradicción flagrante: si no cabe todo dios ¿por qué coño suben la cuota de inscritos todos los años? Es de suponer que la capacidad de la plaza de un año para otro es la misma ¿no?
Peor me lo ponen: es todavía menor. La capacidad, digo. Este año el ayuntamiento montó un poblado navideño en la plaza que, aparte de tener cabañas, contaba con un tiovivo, un palco de la música y un trenecito. Toda esta parafernalia estaba montada desde primeros de diciembre. La organización lo sabía, y, con esa visión de futuro que les caracteriza, en vez de cambiar el lugar de la salida de la carrera (opción correcta, porque salir de María Pita es una tortura de empujones y pisotones, me recuerda a los sanfermines) con antelación, deciden hacerlo el mismo día. Y ustedes dirán: ¿Y a ti qué te importa? Mejor para ti, ¿no? Pues sí y no. Ahora paso a contarles.
Pues nada, que llegué con unos veinte minutos de adelanto, como siempre, y me pegué una vuelta de calentamiento y tal y cual, hasta que vi que tutti le mondi se iba hacia la Marina y, elemental querido Watson, deduje que habían cambiado el lugar de salida y allá los seguí, en plan a dónde vas Vicente congratulándome porque había dejado de llover e incluso salía el sol. Poco dura la alegría en la casa del pobre. Me posicioné para salir y de repente me fijo y veo que estoy rodeada de gente sin dorsal. Y oigo que el speaker dice que se puede correr sin dorsal, cuando en el reglamento está expresamente prohibido. ¡Y veo niños y papás con carritos, que también está prohibido! No tengo ningún problema en que corra gente sin dorsal, niños, perros o el coño de la Bernarda, y de hecho creo que la San Silvestre debería ser de inscripción libre y cambiar la zona de salida; lo que no aguanto es que hagan un reglamento más blindado que la fórmula de la cocacola y luego se lo pasen por el forro de los cojones. Y lo peor estaba por llegar, y tuve el primer pálpito cuando al poner el cronómetro en marcha no vi por ningún sitio la alfombra de salida, así que lo encendí al pasar el arco, bastante mosqueada.
En fin, que yo había ido allí a gambear y me concentré en ello duramente. El objetivo: bajar de los 50' 50" del año pasado. Sabía que no podría hacerlo en más de dos o tres minutos. Me concentré en darle caña en el primer kilómetro, que para mí es determinante porque corro muy despacio. Este blog no se llama "A trote cochinero" por casualidad. Iba ya a 170 ppm cuando llegó la primera cuesta y ya sé, porque la subo en dos carreras al año, que de nada sirve encabronarse, así que aminoré, congratulándome porque este año no iba de última, como la primera vez, ni escupiendo enanos verdes por la nariz y la boca como el año pasado, que me levanté de la cama para el gran evento. Iba algo resfriada, pero conseguí cortarlo con unos cuantos chupinazos de equinácea.
Sin embargo este año la pituitaria me torturó en varios tramos de la carrera y no fue por mis mucosidades. Me hago tres preguntas: ¿si alguien necesita echarse réflex antes de una carrera debería correr? Alguno debió de echarse medio bote en las articulaciones antes de empezar y el regusto permanecía en mi garganta. Segunda pregunta: ¿por qué bañarse en colonia de Carolina Herrera antes de una carrera? Había una tipa a mi lado en el cajón que apestaba, lo juro. Y tercera y más grave: ¿quién fue el guarro que decidió, unos quince días antes, que no se duchaba hasta después de la carrera? Si cojo al tiñalpa que me pasó y al que pasé varias veces y que olía a choto revenido que no se podía aguantar juro que lo tiro al mar en la Torre de Hércules. Y una de las veces fue, precisamente, subiendo esa cuesta. Es más, yo creo que llevaba la camiseta de la San Silvestre anterior sin lavar, qué asco. Es la primera vez que me pasa algo así y ya llevo unas cuantas carreras encima.
En todo esto iba pensando yo cuando empezó la abruptísima cuesta abajo, en el tercer kilómetro. Momento de recuperar velocidad de crucero a costa de las sufridas patas. Aceleré lo que pude durante esos trescientos metros sabiendo que lo peor me esperaba al terminarla. La verdad es que iba corriendo bien, cómoda y sin dolor. Pero se me estaba haciendo larga y aún no habíamos llegado a la mitad del recorrido. Al empezar la tercera subida la peña ya empezaba a andar. Con y sin dorsal.
Una vez pasado el puesto de control empieza la parte agradecida de la carrera, puesto que es prácticamente todo cuesta abajo. Pero ya no sirve de nada, por lo menos a mí y otros corredores con los que he hablado están de acuerdo conmigo: ya va uno demasiado machacado. Cuando quise acordar ya estaba en el cinco y rodaba a 6' 25", decidí conformarme y aguantar así hasta la meta. Entré con un mogollón de gente y paré el reloj en los 48' 34", así que prueba conseguida y muy contenta: dos minutos y dieciséis segundos menos que el año pasado y diez minutos menos que el anterior.
Entrando en meta. Foto propiedad del Rialto

Cogí mi cacho de roscón para ir comiéndomelo por el camino y al llegar a casa comencé el ritual post-carrera: bañazo de espuma porque yo lo valgo, manicura, pedicura y toda la pesca. Y una hora y pico después, tirada en el sofá con un pitillo y un café, miro los resultados en championchip y flipo en colores: no hay tiempo neto. Les explico: los resultados vienen expresados en tiempo oficial (desde que suena el disparo de salida hasta que llegas a la meta) y tiempo neto (desde que pisas la alfombra de salida hasta que llegas a la meta). Los que estamos atrás podemos llegar a tener hasta minuto y medio de diferencia entre el tiempo oficial y el neto. El oficial es el que sirve para llevar medallas y eso, pero el neto es el que te indica de forma personal e intransferible a cuánto has corrido y por el que nos guiamos la mayoría de los corredores populares. Nadie tenía tiempo neto. ¿Por qué? Porque como decidieron en el último momento cambiar el lugar de salida, no montaron la alfombra, así de claro. Y, vaya, me sentó mal. Porque si llego a saber que se iban a pasar toda la organización por el forro, habría ido sin dorsal y rigiéndome por mi propio cronómetro, cosa que haré el año que viene como la cosa siga así. Por lo demás, satisfecha: quedé de 1532 de los 1745 que llegamos, de 284 de las 415 chicas que éramos y de 56 entre las 84 de mi categoría. El que no se consuela es porque no quiere y les recuerdo que hace dos años llegué de última. El sabor agridulce me lo ha dejado una pequeña lesión en el pie izquierdo, recuerdo de un golpe que me llevé hace un montón de años y que me tiene en el dique seco hasta nueva orden. Esperemos que entre la tobillera y el reposo todo se resuelva satisfactoriamente y no tenga ninguna excusa para andar rodando de nuevo la semana que viene. Un abrazo, vaguetes.