miércoles, 24 de enero de 2018

CÓMO EMPECÉ A CORRER (Y 2)

En la meta de la carrera contra el cáncer,
mayo de 2017.
Sí, estoy segura que a alguno esto le sonará a dejá vù. A mí también, no os creáis. Pasaré a explicarme en breve.

Antes de nada, dejadme desearos un feliz año 2018, e incluso un feliz año 2017, ya que veo que hace la friolera de casi dos años que no paso por aquí. ¿El motivo? Básicamente, desgana. Y algunas otras cosas que paso a contaros.

Desde mi última entrada, allá por abril de 2016, mucha agua ha pasado por debajo del molino y probablemente muy poco asfalto por debajo de las suelas de mis zapatillas. Aunque nunca he dejado de correr, sí es verdad que he rebajado el ritmo considerablemente y que incluso he llegado a dejar pasar hasta dos meses sin un miserable entrenamiento. Aún así, en octubre de 2016 corrí mi última diez kilómetros, la décima. Y ahí me retiré de los diezmiles hasta hoy. Necesitaba hacerlo. Ya no he hecho más carreras desde entonces, exceptuando la del cáncer en mayo de este año. Sí me he dedicado a andar, ya que tengo un cacharro que mide los pasos y que me está recordando continuamente que soy una vaga de mierda si me descuido un pelo.

Allá por mayo del año pasado mis problemas de cervicales me obligaron a bajar el ritmo. A los dolores de costumbre empezó a añadirse lentamente un pinzamiento braquial en el brazo derecho que no hacía más que aumentar, hasta el punto de que llegué a necesitar ayuda para vestirme. Y así estuve seis meses. Es jodido covivir con dolor continuo, no solo te va minando físicamente, sino también de forma psicológica. Cuando ya actividades de mi rutina diaria se me hicieron imposibles, como conducir, y despertaba varias veces durante la noche por culpa del dolor, decidí gastarme los cuartos e ir a un fisioterapeuta privado, el cual me ha salvado la vida y el ánimo, porque tenía una tendinitis de hombro de libro, e iba camino de cronificarse.  Con una sesión semanal más los ejercicios que hago en casa ha conseguido convertirme casi en la de antes. Con la eliminación del dolor ha vuelto el buen humor y, consecuentemente, las ganas de entrenar de nuevo. Sin un objetivo fijo, solo correr, hacer ejercicio y sentirme bien.

La vuelta del humor morganiano acostumbrado me hizo acometer una gesta complicada hace unos días: me llena de orgullo y satisfacción anunciaros que he dejado de fumar. Y, con tal motivo, llevaré una especie de diario en este blog para ayudarme a mí misma y así de paso a otros que también estén en la lucha.

Resumiendo: ¿me echábais de menos? Pues dejad de hacerlo: HE VUELTO. Y espero que sea para una buena temporada.
Décima y última diez mil, allá por octubre de 2016. 



miércoles, 25 de mayo de 2016

MARATÓN ATLÁNTICA 2016: CÓMO ACABÉ MI NOVENA DIEZ MIL

Yo hace tiempo que no preparo carreras, esa es la pura verdad. Desde que me fui desenvenenando progresivamente centro mucho más mis objetivos en hacer un determinado ejercicio al día, ya saben, los diez mil pasos diarios dichosos, que en entrenar nada. Acabo de cumplir cincuenta años y no tengo ninguna gana de machacarme, ni de machacar mis rodillas.
Por si esta flojera fuera poco, este invierno mis naves han tenido que luchar contra varios elementos: mal horario para  entrenar, un tiempo horrible y, por si fuera poco, llevo casi dos meses en el fisioterapeuta para tratarme la artrosis de cervicales, lo que me come la hora que tenía para correr. Un horror.
En fin, una vez expuesto el rosario de excusas, os diré que mi escaso entrenamiento no me echó para atrás a la hora de decidirme a abordar mi novena diez mil. Me gusta la distancia y siempre la he terminado. ¿Que la terminaba en más tiempo? Pues vale.

Bien, vayamos por partes, como Jack el Destripador, que el totum revolutum no vale pa ná. Tras una semena especialmente asquerosa meteorológicamente hablando, y un sábado de víspera en que no sabías si al día siguiente ibas a ir a una carrera pedestre o a las regatas Oxford-Cambridge, amaneció un día estupendo. No lo pudimos tener mejor: no llovió, no hizo viento y apenas si salió el sol. Una  delicia. El día anterior habíamos ido a buscar los dorsales a Marulada City (sorry, Marineda), al famoso gran almacén de logo verdiblanco. La bolsa de corredor más cutre de todas las ediciones, y puedo opinar, porque a todas he acudido. Incluso para los sufridos maratonianos: de la revista, los geles, los pistachos y tal y tal y tal hemos pasado a la camiseta y la bolsa. Yo no me quejo, que fueron cinco euros de inscripción. Ni siquiera un chip de zapatilla: iba adosado al dorsal. Lo cual me llevó a sospechar, muy acertadamente, que por primera vez no era championchip norte la empresa que se iba a encargar de cronometrar la carrera. Imagino que todo esto es resultado de recortes varios. Por lo menos la camiseta es bonita.
Este año ha habido cambios con respecto al horario y al recorrido. Para empezar, decidieron no mezclarnos con los maratonianos en ningún punto del trayecto. Hablando el otro día con uno se congratulaba de la decisión, pues decía que le reventaba ver cómo le pasaban los de la diez más frescos que una lechuga mientras a él aún le esperaba el triple de distancia. Cambiaron el recorrido de la maratón y también el nuestro, que no era más que el de la San Silvestre pelín aumentado y modificado, lo cual no me pareció mal porque a) me lo sé de memoria y b) va todo por el paseo marítimo y a mí me gusta ir mirando el paisaje, así no pienso en la muerte ni en otros rollos igualmente siniestros. Con nosotros, por cierto, corría Abel Antón.
Otro cambio fue la hora de nuestra salida, en vez de la espera de media hora de rigor entre la maratón y la diez, sólo hubo que esperar quince minutos. Mejor. Los nervios son traicioneros. Salió la maratón a las 8.30 zulú tras el minuto de silencio guardado en memoria de los caídos por la causa el fin de semana anterior, que me parece muy bien, pero no se puede decir que proporcione el mejor estado de ánimo cuando te quedan 42 kilómetros y 195 metros por recorrer, y a las 8.45 lo hicimos nosotros.


Foto de "Carreras populares de La Coruña"

La salida fue bastante limpia y rápida. No me maté, como llevo haciendo en las últimas carreras. A pesar de que sé que la única ventaja que puedo tener para acortar mi patético tiempo es en los dos primeros kilómetros. Ya dije que no me iba a matar ni a picar con nadie. Propósito que me duró poco porque estuve todo el recorrido jugando al tuya-mía con dos chicas que llevaban mi ritmo y con las que estuve echando unas risas al llegar a la meta. Es que si no tengo culito al que agarrarme... ¡me aburro!
En el kilómetro tres me atacó un flato en dos puntos diferentes y tuve que bajar el ritmo hasta que me pasó. En estos casos suelo masajear la zona para que el calorcillo disminuya el tamaño de los gases. Como vi que iba pasada de pulsaciones y me había propuesto no pasar de las 180, anduve un par de minutos. En el 4, empecé a disfrutar de la carrera. En general, fui relajada y sin demasiados agobios. Crucé la meta en un ridículo 1:13, pero la verdad es que me dio exactamente igual.

Ahora toca esperar a la décima diez mil, que será allá por octubre. Espero ir más entrenada, porque lo de este invierno ha sido francamente penoso. Voy a tener que poner en práctica mi propio plan para sacar el culo del sofá. Hasta la próxima.





























miércoles, 9 de septiembre de 2015

TERCERA MEDALLA, CUATRO AÑOS DE RUNNER Y EL PEPITO GRILLO TECNOLÓGICO




Pepito Grillo s. XXI
Madre mía, vaguetes, llevo tanto tiempo sin entrar aquí que ya ni sabía qué título ponerle a este post. Empezaré, pues, por orden cronológico y justo donde lo dejamos: después de mi última diez mil, allá por finales de abril. Llevaba bastante tiempo preocupada por mi bajo rendimiento y mi creciente vaguería (sirenas tetonas, ya sabéis). Y ya hacía tiempo que andaba dándole vueltas no necesariamente al tema de aumentar número de salidas y/o kilometraje, sino más bien al asunto de qué hacer con mi cuerpo a serrano los días en que, por cien mil motivos, no podía salir a correr. Resumiendo: empezar a poner en práctica un plan indoor en toda regla. Ahora bien, es fácil llevar un control del ejercicio que se hace cuando se sale a correr o andar gracias a San GPS. ¿Pero cómo controla uno lo que hace dentro de casa? Esa duda me llevó a investigar un poco cuánta actividad debe hacer el cuerpo humano para mantenerse en unos niveles aceptables y a un clic de ordenador tuve la respuesta: mínimo, diez mil pasos al día. Para hacernos una idea, en un día normal con jornada laboral incluida, la media es de cinco mil. Con eso llegó la segunda cuestión: ¿cómo coño mido los pasos diarios? La respuesta, una vez más, llego de la mano de la cibernética. Hay varias modalidades: aplicaciones móviles, el podómetro de toda la vida, y las pulseras de entrenamiento. Vayamos por partes, como Jack el Destripador.
Durante dos días probé un par de aplicaciones para móvil: Accupedo y Map my walk . Les encontré grandes inconvenientes: gastan mogollón de batería y tienes que llevar el teléfono contigo todo el puñetero día, y yo suelo divorciarme de mi móvil en cuanto tengo ocasión porque las ondas me dan mal rollito. Eso por no citar que para ciertas actividades es un incordio, como pedalear, ya que el teléfono tiene que estar en una parte del cuerpo donde se registre bien el movimiento. Entonces, empecé a buscar podómetros. Son una solución estupenda, ya que los hay desde unos nueve euros. Y por aquello de mirar todas las opciones, busqué también pulseras de entrenamiento, y ahí llegó mi perdición. Las pulseras de entrenamiento se llevan puestas las 24 horas del día, registran tanto la actividad como el sueño, tienen una aplicación donde vuelcan los datos y se pasan la vida recordándote los pasos que te faltan para llegar a tu objetivo. Es decir: son todo un puto Pepito Grillo del siglo XXI. La nueva incorporación a este exclusivo universo de personal trainers es, cómo no, el Apple watch o Iwatch. Tranquilos todos, no me lo he comprado. Pero sí que anduve trasteando en la página de Apple buscando un dispositivo compatible con Mac y fue así como me topé de morros con el pequeño hijoputa que me acompaña a todas partes menos a la ducha desde principios de mayo: upmove. No es una pulsera en sí, aunque sí puede ponerse en una. Viene montado en un clip bastante seguro que te permite llevarlo en cualquier parte del cuerpo y necesita una aplicación, disponible tanto para apple como para android, donde vuelca los datos continuamente. Hace estadísticas diarias y semanales y es, en fin, un auténtico rompepelotas, la pesadilla de cualquier vago. Vale unos 39 euros y es de los más baratos que he visto. En vez de tener que cargarlo, va equipado con una pila que, según las instrucciones, hay que reemplazar cada seis meses. A mí me dejó tirada a los cuatro.
Bueno, uso upmove desde el 11 de mayo y procuro cumplir religiosamente con mi media de 10.000 pasos al día. Digo media porque hay días que hago más y días que hago menos, yo me voy brujuleando. Si veo que voy escasa de pasos  y no puedo salir a correr o a andar,  me subo a la bici estática hasta que completo.  Solo un punto negro: el cacharro no se puede sumergir, así que nada de monitorizar ejercicios acuáticos... u olvidarte de quitártelo para ducharte.


 Total, que a finales de mayo tenía ya totalmente diversificada mi actividad física, reduciendo el running en días de salida (2) y número de kilómetros (entre 4 y 7) en pro de otras actividades, como andar o pedalear. Las primeras que me lo han agradecido han sido mis rodillas. Resulta que me ejercito más que antes, disfruto mucho más los días que voy a correr y me duelen las rodillas muchísimo menos. Y, además no tengo remordimientos de conciencia. Y con tan buenas vibraciones allá que me largué a principios de junio a mi cita anual con la Maratón Escolar do Salnés, a correr con mis alumnos ese espantoso recorrido de cuatro kilómetros lleno de cuestas. Nada que destacar: llegué de sexta en mi categoría y me dieron otra medalla, la tercera. Día de muchísimo calor, por cierto. Y así, entre paso y paso, llegó mi cuarto runnercumpleaños, un aniversario marcado por la diversificación de mis actividades. A día de hoy llevo un total de 412 kilómetros entre las tres, bastante más que solo corriendo el año pasado. ¿Y saben qué? Me doy por satisfecha, porque resulta que ahora me entreno seis días a la semana en vez de los tres anteriores y muevo más musculatura. ¡Pon un Pepito Grillo en tu vida!





viernes, 8 de mayo de 2015

44 MESES CORRIENDO. CÓMO TERMINÉ MI OCTAVA DIEZ MIL

recogiendo dosal
Sí, soy yo vestida de civil, ya ven, una tiene una vida fuera de las mallas y las zapatillas. De hecho, pasar un tiempo prudencial en mallas y zapatillas hace que la ropa de civil siente mejor, aunque no hace milagros. Lástima que el tiempo prudencial estos meses haya sido demasiado prudencial, nada de tirar cohetes. Tanto, que me pensé hasta el último momento si acudir o no a la diez mil paralela a la Maratón Atlántica, pero como hasta ahora había ido a todas las ediciones, no podía faltar. Además, este año el churri corría los 42 otra vez, tras el parón forzoso del año pasado. Idiota de mí, tanto pensar y repensar se saldó con una cuota de inscripción mucho más cara por haberme decidido la última semana. Tanta flojera no impidió que el día anterior tuviera una dosis importante de nervios, de todos modos.
El sábado por la mañana nos pasamos a recoger los dorsales y la bolsa por el exporrunning que habían situado en Palexco, como en años anteriores. Tras la recogida hicimos cotejo de regalitos y, evidentemente, había diferencia: bolsa de pistachos para los diezmiles frente a geles para los maratonianos; revista de hace seis meses para los menos valientes frente a revista de hace un mes para los más valientes. Diran que a qué viene eso de los valientes: pues viene al caso por los eslóganes que elige la organización para llevar en las (horrorosas) camisetas, y que no son del agrado de todo el mundo, por cierto. Mucho ha cambiado el cuento del diseño de la camiseta desde la primera edición, se lo digo yo, que las tengo todas (la versión humilde). Este año venía a ser algo así como "Correr es de (cobardes) valientes". De hecho, hacía más de un mes que la ciudad estaba plagada de carteles de ánimo. La organización del evento mejora de año en año, exceptuando, como decía, el diseño de las camisetas. A mí personalmente no me gustan, pero supongo que habrá gente que opine lo contrario, por supuesto.
Cuatro años seguidos sin faltar a la cita

En cualquier caso, da lo mismo porque jamás corro, salvo excepciones, con la camiseta conmemorativa de la carrera, pero ese día rompí una de mis reglas y estrené camiseta marca ACME porque me apetecía ir de rojo, caprichosa que es una, y así de paso estrenaba el pañuelo motero que me regaló mi amigo Rubén para tal ocasión. Con calaveras y todo. Como suele ser ya habitual en mí, la noche anterior dejé la percha preparada con todo lo necesario y, sobre todo, me encargué de colocar el chip en la zapatilla antes de nada, ya que hace dos años se me quedó olvidado en casa. Nunca me volveré a olvidar, si yo no me acuerdo ya se encarga mi amigo el Cabañés de recordármelo la noche anterior. Tras una noche de buen sueño (para mí, el churri durmió mal, supongo que por los nervios) amaneció un día perfecto para correr: nublado y sin viento. Como la salida de la maratón era a las ocho y media, a las ocho ya estábamos saliendo de casa. Esta vez el personal del dispositivo de apoyo en carrera (patinadores, ciclistas, policía, etc.) ganaba por goleada en presencia a los borrachos impenitentes que nos hemos encontrado otros años. Nos dirigimos al nuevo punto de salida: el Obelisco. Y es que todos los años cambian el recorrido. Para mi carrera, perfecto, todo por el Paseo Marítimo. El de la maratón, un horror de feo y, curiosamente, con paso obligado por delante de dos de las sucursales de cierto establecimiento patrocinador de la carrera, mire usted qué casualidad. El churri se fue a calentar y yo me quedé con Lorena, una de las seguidoras de ATC, a la que conocí en persona ese día. Un placer, Lorena.


A las nueve dieron el pistoletazo de salida de mi octava diez mil y los casi dos mil corredores que participábamos nos pusimos en marcha. Salida escalonada, producto del ancho suficiente que había para circular, y aún así en mi caso duró dos minutos. Eché a trotar sin objetivo definido más allá de acabar la carrera. Mantuve un ritmo de 6' durante los primeros cinco kilómetros sin resentirme en absoluto y prácticamente sin mirar el pulsómetro, de hecho casi ni me acordé de que lo llevaba. Ahora solo lo llevo a las carreras por pura precaución. Buena música en el iphone, como siempre. Enseguida conseguí inhibirme de lo que me rodeaba para concentrarme exclusivamente en la carrera que, en general, se me hizo tediosa a más no poder. A lo mejor era porque iba sufriendo poco. Y eso que la organización se había encargado de hacer más llevadero el recorrido con sus habituales bandas de rock situadas en puntos estratégico, además de los puestos de zumba y yoga. Un apunte: chapeau para el público animador, fue, con mucho, lo mejor de la carrera. Así da gusto correr.
O, por lo menos, daba gusto hasta el kilómetro siete, en el que estaba situado el avituallamiento. Si en mi diez mil anterior llevaba un desierto en la garganta y me quedé sin agua, esta vez era todo lo contrario, no tenía ni pizca de sed. De hecho, llevaba un gel en el bolsillo que le sobraba al churri de los que había comprado para su carrera, y me lo había dado para que lo probara. Jamás en mi vida he tomado una porquería de ésas ni la he echado en falta. Y entre que era de plátano (puaj), no tenía sed y estaba segura de que me iba a pringar como un crío de dos años al tomármelo, decidí que seguía mucho mejor reposando en el fondo de mi bolsillo. Y es que no se debe de probar nada nuevo en carrera, y menos un gel, que tienen fama de dar mal rollito intestinal de vez en cuando, y ésta no era la mejor ocasión para tener una cagalera, la verdad.

¡Craso error! En el kilómetro ocho empiezo a sentirme cansada y mi rendimiento comienza a bajar de forma alarmante. En el nueve, ya estoy viendo enanos de colores. Enfilo la última recta hacia meta, en la Calle Real, y por los exiguos laterales circula gente, entre la que destacan los que ya han terminado la carrera, que no para de animar. Yo ya no veo, ni oigo, ni siento, ni padezco. Solo quiero acabar y el tramo de la rúa Nueva, que no deben de ser más de 200 metros, se me hace interminable. En algún momento escucho mi nombre y algo así como "piensa en la birrita que te vas a tomar cuando acabes". Cruzo la meta en un neto hora y ocho minutos, lo cual no está mal teniendo en cuenta mi escaso entrenamiento. Por lo menos, no he empeorado. Y me siento satisfecha.
championchipnorte
championchip norte

Mientras tanto ¿qué tal le iba al churri? Pues no lo sabía porque, al igual que el año pasado, no nos mezclaron en el recorrido. En cuanto terminé lo mío y dejé el chip me fui al puesto de protección civil a informarme de si había habido incidencias, por si las flais. Tampoco estaba demasiado preocupada, era la tercera vez que corría la maratón. A la una menos veinte le estaba abriendo la puerta de casa y lo vi llegar con la medalla colgada al cuello y las zapatillas en la mano, bastante satisfecho, puesto que terminó en 3:28. Si bien no superó la marca de 3:14 de la última vez, consiguió acabarla en un tiempo más que aceptable, teniendo en cuenta que tampoco había entrenado lo suficiente. Bien está lo que bien acaba, y nos verán en próximas ediciones, por lo menos a mí. Próxima diez mil, en octubre, y ya será la novena. Ayyyy, cómo pasa el tiempo, poddió.



En fin, y para terminar: excelente organización y todavía más excelente público. La maratón atlántica empieza a tener cierto peso específico y sería deseable que tuviera también  más poder de convocatoria, pero claro, en lo de correr 42 kilómetros de vellón, muchos son los llamados y pocos los elegidos. ¿Y tú qué? ¿Has escuchado la llamada?

Nos veremos.

sábado, 10 de enero de 2015

CUARENTA MESES CORRIENDO: ASÍ ACABÉ MI CUARTA SAN SILVESTRE

Fresqui antes de empezar. Gracias, Fede, por la foto.


¡Cómo pasa el tiempo! Tres años y medio ya dándole a la zapatilla. Tengo la misma sensación que cuando aprendí a escribir a máquina: no recuerdo cómo era mi vida sin hacerlo. Y eso que este último año no he corrido mucho que digamos: unos 460 kilómetros de nada.

En fin, dejémonos de moñadas. La verdad verdadera es que este año no tenía la menor intención de acudir a la San Silvestre porque a) es muy cara con respecto al resto de las carreras del año, doce euros y b) no me gusta cómo está organizada, lo cual me lleva a c) está muy mal organizada para lo cara que es. Pero ya se sabe, la gente empieza a comentar que se apunta y te entra el gusanillo... y en vez de aplastarlo con mis zapatillas de correr me inscribí. Alea jacta est. Por lo menos este año tuve una experiencia única y espero que no irrepetible: fui a la carrera sin gripe, sin catarro, sin tos, y sin mocos. ¿El motivo? La pillé a principios de mes, lo cual me tuvo diez días encerrada en casa sin poder entrenar. Aunque, la verdad sea dicha, ya no entreno para la San Silvestre ni para nada. Salgo a correr y punto. Y visto lo que me esperaba, hice muy requetebién.
Así que el dia 31 de Diciembre salí de casa a las 16.15 zulú en dirección al nuevo punto de salida de la San Silvestre, el paseo del Parrote, con la pereza más grande con la que jamás he ido a una carrera, blasfemando en todas las lenguas vivas y muertas que conozco. El churri, ya repuesto de sus lesiones, se quedó durmiendo la siesta, ya que dice que en su runnermente tiene peces más grandes que guisar. Sentí una envidia francamente insana. Por lo menos, la tarde estaba estupenda, aunque fría. Era la primera vez que iba a correr sin que hubiera llovido o fuese a hacerlo en por lo menos las 72 horas anteriores y posteriores. Otra novedad. Pero vayamos a lo importante: ¿cuál era el motivo de mi cabreo? Pues muy sencillo: el anuncio por parte de la organización, unos diez días antes (cuando ya estaba inscrita), del acortamiento del recorrido en un kilómetro y del cambio de trazado del tramo final. La culpa se la echaban a las obras del nuevo túnel de la Marina, obras que llevan meses y que se calcula que terminarán en abril o mayo. ¿Y no lo sabían cuando salió la inscripción? Por cierto, ni siquiera se molestaron en cambiar el trazado en el PDF de la página web. Si llego a saberlo, no me inscribo. Si pago es porque quiero la misma distancia para saber si he mejorado o empeorado con respecto a años anteriores. Entre lo de este año (y aún no he acabado de rajar, aviso) y los cambios en la edición anterior, ahora sí que digo alto y claro que no vuelvo más.
Pero bueno, vayamos al tajo. Chorrecientas mil personas en la salida, que cada vez va más gente. Muchos disfraces. El speaker diciendo tonterías, como es su costumbre. Me calcé los cascos y me di cuenta de que había empezado la cosa cuando vi que todos andaban en plan "las muñecas de Famosa se dirigen al portal". Salida mala y lenta. Una vez que pudimos empezar a correr, muchos empujones y pisotones. Gente acortando por donde podía, allá ellos. Yo, con calma chicha. Llegó el primer repecho del 7 y pico por ciento de pendiente y ni me enteré. Cómo cambia la cosa, el primer año casi muero asfixiada al subirlo.


Allá vamos. Foto cortesía de dietaydeporte
Foto cortesía de dietaydeporte
En el kilómetro dos ya nos cruzamos con la cabeza de carrera, que ya estaban a un kilómetro escaso de la meta. Por entonces yo ya empezaba a acusar el calor, aunque llevaba la indumentaria normal en un día de invierno. A punto estuve de dejar la braga del cuello tirada por el camino. En éstas, me pasó un tío disfrazado de vieja con bastón, cosa que me sentó bastante mal. Llegó el kilómetro tres y con él la cuesta más chunga del recorrido, la que va del paseo de los menhires hasta la sartén de la torre de Hércules. Y, nuevamente, apenas me enteré. Disminuí la zancada hasta convertirla en pasitos diminutos que fui ampliando a medida que terminaba la pendiente y sin problemas. Hacía un año que no subía esa cuesta. Como siempre, en cuanto comenzó la cuesta abajo me convertí en un bólido y empecé a adelantar gente como si no hubiera un mañana. Gente que a su vez me rebasó en los jardines de la Maestranza al acometer la última y novedosa parte del recorrido. En los últimos 500 metros estaba mi suegra de espectadora esperándome para darme ánimos (para que luego digan de las suegras, ¿eh?) y bajé la última cuesta antes de la meta en María Pita: el Rosario, con un pavés muy ad hoc para partirse una pierna, cualidad aumentada y corregida  en forma de socavón al final de la calle, cuando había que hacer la curva para entrar en meta. Gracias, organización. Aún así, no disminuí la velocidad y crucé la meta en 44.05 de tiempo neto según mi cronómetro. Y digo esto porque, al igual que el año pasado, los encantadores organizadores solo pusieron alfombra para el tiempo total.
foto cortesía de championchipnorte
Afortunadamente, siempre lo digo, el running genera endorfinas. Las necesité para aguantar los siguientes quince minutos. Lo lógico al terminar una carrera es devolver el chip, coger algo de beber y pirarte para tu casa ¿no? Pues en este caso, no. Como la plaza de María Pita está en esta época llena 
de cachivaches navideños varios, había un pasillo de vallas entre la meta y el avituallamiento que no podíamos saltarnos y que nos obligó por segunda vez a ir en plan "las muñecas de Famosa se dirigen al portal" hasta que pudimos dispersarnos. Pero ahora era sudados y casi anocheciendo, con lo cual no tardé nada en empezar a castañetear los dientes con el frío. De hecho regresé a casa con una pinta de terrorista que no veas, con la braga tapándome hasta la nariz y el gorro hasta las cejas. Y sin tener muy claro si estaba contenta o no con la carrera. A lo mejor es que ya estoy tan acostumbrada a ir con gripe que si no sufro no lo valoro, no lo sé. Aún hoy, diez días después, sigo sin poder hacer una valoración. Como de costumbre, aproveché la euforia post-carrera para salir de juerga hasta las seis de la mañana y amanecer al día siguiente sin resaca y casi sin agujetas, que algo bueno tenía que salir de esto.
Pues nada, comienza un nuevo año con nuevos planes de entrenamiento que por ahora no desvelo, a ver cómo salen. La próxima carrera, en principio, el 19 de abril. Mucho ha de llover (o no) hasta entonces. Corred, corred, malditos...

miércoles, 5 de noviembre de 2014

LEER, CORRER, VENCER

Queridos vagos que me leéis: quizá esta casi cincuentona sea una pésima runner (que lo es), ni siquiera me atrevería a llamarme protorrunner, pero si algo soy, es una ávida lectora. Ni que decir tiene que lo segundo que hice desde aquella tarde calurosa que di el primer paso fue documentarme ampliamente y por escrito sobre la aventura que estaba a punto de empezar. Lo primero fue, evidentemente, recuperar el aliento. En mi opinión, los libros de running se pueden clasificar en dos categorías básicas. Los técnicos, que hablan sobre cómo correr, y los personales, que cuentan las experiencias de gente que corre. No me interesaban las experiencias personales de los que lo habían intentado antes que yo (quién lo iba a decir, viendo este blog), al menos al principio. Lo que quería era un manual que fuera guiando mis pasos y todos los aspectos técnicos del asunto. Internet, que es una fuente inagotable de conocimiento si se utiliza bien, siempre lo digo, me proporcionó los primeros datos a través de diversas páginas web, pero era todo bastante deslavazado y caótico, desordenado, mezclando las entradas de cómo empezar a correr con las de cómo terminar el maratón y cosas así, así que recurrí al libraco de toda la vida. Sin embargo, a día de hoy y con la técnica más o menos aprendida, prefiero las páginas web, curiosamente. Afortunadamente el churri había comprado un par de manuales técnicos hacía unos veinte años y fueron los primeros que leí.


Empecé por el más sencillito: "Correr", de Juan Mora. Y bien antiguo, por cierto (al igual que correr). Pero me sirvió para ir familiarizándome con el lenguaje propio de la actividad. Está muy bien para introducirse en el mundillo, ya que trata desde cómo empezar a correr hasta cómo preparar la maratón. Las fotos, de finales de los setenta, no tienen desperdicio. ¡Qué zapatillas, madre mía!




Acabado éste empecé el que ha sido realmente mi guía, también bastante antiguo: "Correr", de Furio Oldani e Iginio Floris, un clásico, condensado y completísimo. Ya hace referencia al test de Cooper, contiene tablas de peso y medida, de edad y pulsaciones y, sobre todo, ejercicios de calentamiento y estiramientos con fotos incluidas. Habla también sobre lesiones y cómo prevenirlas y tiene una pequeña guía sobre necesidades energéticas diarias. Y muy fácil de entender.


Aún me quedaba el gran mamotreto en casa: "El Maratón, aspectos técnicos y científicos". Y es como su título: técnico y científico y me resultó complicado de leer y realmente no habría tenido por qué hacerlo, pero al tenerlo ya dije que de perdidos al río y me embaulé algunas partes. Tiene secciones de anatomía y bioquímica que me salté porque no podía con ellas, pero no cabe duda de que es un manual completo y riguroso.





Como para entonces ya estaba totalmente envenenada y consultaba blogs de corredores, aunque yo todavía no había abierto éste, empecé a buscar más libros por la red y di con uno de mis favoritos, escrito por un colaborador de la revista runner's world y que venía a reproducir las preguntas más interesantes que le habían estado haciendo los lectores durante un montón de años. Me sentí identificada con muchas de ellas, por supuesto. Porque para entonces ya buscaba ver reflejadas en otras personas las mismas experiencias por las que estaba pasando yo, lo mismo que hacéis vosotros cuando entráis en este blog, supongo. Aún así, seguí mirando libros técnicos, y así cayó en mis manos el método Galloway, del que he hablado por activa y por pasiva infinidad de veces y que, por cierto, me costó bastante conseguir. Tuve también una temporada el "Chi running", pero confieso que no pasé de las diez primeras páginas.





El último manual que he leído es el que va camino de hacerse archifamoso: "Mujeres que corren", de Cristina Mitre. Será porque ya no tengo mucho más que saber sobre los mínimos aspectos técnicos, pero se me hizo pesadísimo. No niego que da sabios consejos (entre otras cosas aporta una interesante tabla sobre equivalencias en números de zapatillas) y realmente aborda todos los aspectos del mundillo, desde la prueba de esfuerzo, pasando por temas de cómo vestirse, listas de reproducción para llevar en el ipod o cómo alimentarse hasta un innecesario, en mi opinión, capítulo sobre el maquillaje adecuado para correr. ¿Pero cómo es posible que alguien se maquille para ir a correr? Todo ello salpicado con anécdotas sobre su vida de runner y sobre lo que le cuentan otras usuarias en su blog. Si tenéis alguna amiga runner novata y no sabéis qué regalarle, este libro es una estupenda elección, le encantará.

Vayamos ahora a los libros que cuentan experiencias personales. El primero que leí fue, cómo no, "De qué hablo cuando hablo de correr" de Murakami. Si ya alucinaba con él leyendo sus novelas (está como una cabra), más lo hice viendo su experiencia en el runner mundo. La crónica de cómo corrió la ultramaratón no tiene desperdicio. Por lo demás, prescindible. Porque es Murakami, vaya...
Poco tiempo después recordé que el profe de Educación Física de mi insti me había regalado con motivo de un amigo invisible un ejemplar del que hoy es mi libro favorito sobre experiencias runner: "42 reflexiones y 195 metros", de Javier Serrano. Es un libro delicioso que narra todo lo que Javier va pensando a lo largo del recorrido de la MAPOMA, y la gente a la que se va encontrando. Se lee rapidísimo y es de lo más ameno que he leído sobre este tema. Altamente aconsejable.



Llevada por un estúpido calentón, se me ocurrió comprar "La pasión de correr" de Francisco Medina. No es más que un recopilatorio de opiniones de famosos que corren sobre la práctica de este deporte y sus experiencias personales. No es que esté mal, entendedme, pero no me aportó nada. Las experiencias que más me gustaron fueron las de Carles Francino con Abel Antón y poco más. Entre los conocidos que narran sus experiencias, Araceli Segarra, Anne Igartiburu, el malogrado Darío Barrio, Eduardo Zaplana o Cándido Méndez.




Y por último, este año, con motivo del Día del Libro, el churri me regaló "¿Por qué corremos?", que intenta analizar, y yo creo que sin demasiado éxito, la causa del furor de las carreras populares en estos tiempos. Se enrolla bastante a hablar de corredores emblemáticos y legendarios, como Zatopek, Paula Radcliffe o Gerbeselassie, además de analizar las nuevas tendencias en el mundo del running. Ni fu ni fa, la verdad.




Hasta aquí llega mi humilde biblioteca, que probablemente seguiré ampliando poco a poco. Considero imprescindible, para alguien que esté empezando, que se haga con un manual técnico de referencia, sin atreverme a aconsejar ninguno. Hay miles hoy en día, y probablemente mejores de los que yo tengo. ya sabéis que entre salidas hay que descansar un día. Aprovechad para leer sobre correr. Besotes.




jueves, 23 de octubre de 2014

MORGANA Y LAS BRAGAS DE LA SUERTE


Nunca hagáis esto, nenas. Las de Pam son de goma y no pesan
Hola, queridos. Os gusta el título, ¿eh? Realmente remite a la ropa que me suelo poner para ir a las carreras y prometí que un día explicaría el motivo de adjetivar de forma tan llamativa a tan humilde (pero necesaria) prenda. En la entrada anterior empezamos a vestirnos por los pies, así que lo lógico es ir subiendo. Como habréis imaginado, esta entrada trata sobre la ropa interior femenina para correr. Señores, abstenerse.

Hace muchos años, hace eones, incluso, comentaba yo en una comida la envidia que me daba mi churri cuando lo veía salir por la puerta dispuesto a hacer unos cuantos kilómetros corriendo y la esperanza de que en un futuro muy lejano yo pudiera llegar a hacer lo mismo. Uno de los comensales me miró descaradamente la delantera y me dijo: "Que no te siente mal lo que te voy a decir, pero no creo que puedas llegar a correr nunca. Tienes demasiado pecho". Le contesté que me parecía poco probable que los deportes de impacto estuvieran solo reservados para las planas y ahí nos liamos a hablar de las jugadoras de fútbol que se sometían a reducciones de mama y patatín y patatán, pero yo me quedé con la copla. Vaya por delante, nunca mejor dicho, que da exactamente igual la talla que calces. Para cualquier corredora, sea del nivel que sea, se hace totalmente imprescindible el uso de un sujetador técnico, por razones obvias: al correr se impacta, el pecho rebota y los músculos pectorales pueden sufrir desgarros importantes. Así que mi primera visita al Decathlon, un par de semanas después de empezar a correr, fue para hacerme con un par de piezas. Ni que decir tiene que aproveché para comprar algunas cosillas más, pero eso es otra historia. Todas las marcas deportivas cuentan en su catálogo con sujetadores técnicos hasta la talla 105, así que no hay excusa para que las del club de las tres cifras (talla 100 en adelante) dejen de unirse al apasionante mundo del running por miedo a que sus pechámenes sufran. Eso sí, no esperéis prendas divinas y sexys. Están hechas para proteger el pecho, no para ligar, y eso que en los últimos años el diseño ha mejorado bastante. Los primeros que compré yo solo pueden describirse como un verdadero antídoto contra la lujuria, aunque sujeten como si no hubiera un mañana. Además de ser feos hacen un pecho raro, aplastado y sospechosamente picudo. Y olvidaos de esos monísimos tops técnicos que dejan toda la barriga al aire, no valen para nada a no ser que se lleve sujetador por debajo. Ahora casi todas las marcas low cost tienen ropa de deporte, pero en relación calidad/precio en sujetadores Decathlon se lleva la palma, en mi opinión. El modelo básico en rebajas ronda los seis euros.
Sujetador básico de Decathlon. Feo pero efectivo. Los tirantes se pueden juntar en la espalda.

Top de Decathlon, un poco más mono, pero no sé qué tal irá de sujeción
Top de H&M. Ideal, pero no sujeta


Top de Oysho. Más de lo mismo.

Bien, una vez resuelta la cuestión de arriba, vayamos a la de abajo. ¿Por qué bragas de la suerte? Porque es una suerte encontrar unas que soporten una carrera de diez kilómetros sin que se metan por el culo, hablando en plata. Las afortunadas propietarias de culete respingón sabrán de qué hablo. Las braguitas tienen la irritante costumbre de ir despareciendo entre las nalgas a medida que una se mueve. Yo reservo unas de cuello vuelto con estampado colchonero (rayas blancas y rojas) que no se desplazan ni un milímetro para los días de carrera. Pero hay otras opciones. A las fans del tanga no les aconsejo su uso, la tira central acabará rozando y haciendo daño a la larga, y no veo otra solución para evitarlo que untarse generosamente vaselina entre los cachetes del culo. También existe la posibilidad de ir de comando y prescindir de la ropa interior, allá cada cual. Los culottes me resultan incomodísimos, así que un día que pasé por un mercadillo se me encendió la bombilla con una idea feliz y me compré unos gayumbos, como lo oís, de ésos bien pegaditos al muslo y sin bragueta ni espacio para acomodar el paquete que no tengo. Y fue mano de santo, palabritadelniñojesús. Los bóxers de lycra se acomodan sin problemas a todos los tipos de trasero, son elásticos y ni te acuerdas de que los llevas puestos. Y si tienes algún percance durante una carrera nunca te pillarán en bragas, nunca mejor dicho.

Terminemos este post con una prenda importantísima: los calcetines. Nunca se debe correr sin ellos por aquello de las rozaduras. Y mejor elegirlos técnicos, porque algunos calcetos tienen la mala costumbre de ir desapareciendo en las profundidades de las zapatillas, formando arrugas y, en suma, jodiéndote la existencia mientras corres. Yo soy fanática de los tipo escarpín por el tema de que no me queden demasiadas marcas del sol. Mis favoritos son los de newfeel, que también venden, cómo no, en san Decathlon. A veces compro también los de tenis. Para el invierno prefiero los reebok.

En fin, en siguientes entregas seguiremos poniendo capas a nuestra indumentaria. Esta vez para los dos sexos y para todos los públicos. Me voy corriendo a entrenar. Mil besotes.