martes, 21 de octubre de 2014

EL ZAPATO DE CENICIENTA Y EL BATE DE BÉISBOL.

La mitad derecha culpable de todas mis desgracias
Cenicienta, ésa soy yo en el mundo runner. Al paso que voy jamás llegaré a besar al príncipe de los seis minutos en una diez mil, pero bueno, tampoco es un objetivo que me quite el sueño. He comentado mil veces que el principal motivo por el que corro es para lograr aquel objetivo humanista de "mens sana in corpore sano". Si en el intento bajo mis tiempos, perfecto. Si no, tampoco pasa nada. Soy una runner aficionada pero incluso nosotros,  los más amateurs del último cajón, debemos vestirnos como los hombres: por los pies. Porque en los pies comienzan no pocos problemas y yo voy a contar los míos por si le sirve a alguien.

Cuando empecé a correr hace tres años no tenía el menor equipamiento. La ropa deportiva me daba urticaria, el chándal me parecía una prenda propia de Belén Esteban y, por supuesto, no tenía el calzado adecuado. Como no sabía hasta qué punto me iba a durar la nueva afición y las zapatillas de correr cuestan una pasta, usé durante tres meses lo único que tenía remotamente parecido a un calzado técnico: unas zapatillas nike de vestir que me había comprado para ir a los  conciertos de rock multitudinarios, que exigen muchas horas de pie.  Ocho semanas más tarde, viendo ya que la cosa iba en serio, hice una inversión inicial aconsejada por el dueño de la tienda de deportes donde siempre compro las zapas: unas Saucony Grid Ignition 2, que aunaban felizmente amortiguación y ligereza. La marca no me sonaba ni por el forro, pero ya se sabe, la cosa va por modas. Hace años lo petaban Adidas, Reebok y Nike, después le tocó a New Balance y ahora lo más al parecer son Mizuno y Asics. A mí me fue de coña con Saucony, a pesar de que tuve que ponerme unas cuñas taloneras por un principio de periostitis. Y como me fue bien, a los 800 kilómetros repetí marca, que no modelo, y me agencié unas Progrid Jazz 15 con las que estuve todavía más contenta. Hasta que la rodilla izquierda empezó a dar la vara con su asqueroso dolorcillo tipo broca de taladro, unos seis meses después. Entonces decidí visitar al ortopedista para corregir la pronación que ya sabía que tenía (se me nota a simple vista con algunos zapatos) con unas plantillas a medida. Y tan ricamente. Muerto el perro, se acabó la rabia.

Pero hete aquí que toca cambiar otra vez las zapas, sobre todo por el desgaste del talón, y en mi tercera visita a la tienda de deportes, cargada con las zapas viejas, las plantillas y un par de calcetines de los que uso habitualmente, no me aconsejan el nuevo modelo de Saucony porque no tiene tanta amortiguación como el anterior. Y me dejé aconsejar, claro. Me llevé unas Asics Gel-Pulse 5. Y un número más, por añadidura. He de decir que esta vez me atendió otra persona. Y lo típico: "¿Te quedan bien? ¿Estás cómoda con ellas?". Claro que estaba cómoda con ellas, coño, si no te hacen daño unos zapatos de boda en la tienda y el día del casorio te cagas en todo y se te ponen los pies como boniatos, imagínense unas zapatillas hechas expresamente para hacer ejercicio. En parao quedan comodísimas, por supuesto. No vas a notar nada hasta que lleves varios kilómetros encima, cuando ya no las puedas cambiar.

Bueno, pues allá estaba yo por el mes de mayo con mis zapas nuevas,  mis plantillas viejas y mis muchas ganas de trotar después de un invierno poco productivo, y trote a trote llegó julio. Y salgo una tarde y nada más empezar, en los primeros quinientos metros, noto un dolor en la rodilla derecha que me hace cojear ostensiblemente. Y no era igual que el anterior, aparte de ser en la otra pierna había pasado de broca de taladro a bate de béisbol. Strike 1. No le di demasiada importancia, tras dos kilómetros de trote me iba pasando e hice oídos sordos. Mal.

El dolor de rodilla me duró todo el verano, strike 2. Llegó septiembre y me empecé a preocupar en serio, ya que tenía una diez mil a principios de octubre, y en ese momento ya era absolutamente incapaz de correr más de dos kilómetros seguidos. No solo eso: había bajado la velocidad en un minuto por kilómetro, lo que me faltaba, ya soy yo bastante lenta. Y lo que me acabó de desesperar fue el empezar a tener dolor de espinillas otra vez. Me daba la impresión de que necesitaba correr con tacones para dejar de sentir dolor. Strike 3. Entré en pánico. Me faltó un dígito para marcar el teléfono del traumatólogo, pero afortunadamente pude enfriar las neuronas y sentarme a reflexionar. Me dije: A) Llevas solo tres años corriendo (vivir con un runner veterano da ciertas ventajas, vas viendo venir las molestias y las lesiones en la línea temporal, lo que te permite hacer aquello de "cuando las barbas de tu vecino veas cortar..."); B) Tu volumen de kilometraje es irrisorio, no pasas ni queriendo de 30 kilómetros semanales; C) Jamás has hecho deportes de torsión, ni de torsión ni de ningún tipo, vaya, por lo menos hasta que la barra fija del bar sea considerado deporte (o torsión). Las rodillas suelen cascar por deportes de torsión: fútbol, baloncesto, tenis... Conclusión: es IMPOSIBLE que tengas algo de cuidado, así que... tienen que ser las plantillas o las zapas nuevas.

Para entonces estaba tan de la olla que empecé a hacer ejercicios de calentamiento como si no hubiera un mañana, a ponerme hielo al llegar y, en fin, a poner en práctica todos los trucos habidos y por haber. El churri me sugirió que preguntara a mis colegas runners de facebook por si alguno había pasado por lo mismo, y ahí saltó Fran: "Oye, ¿tú no habías cambiado de zapatillas hace poco?". Y se me acabó de encender la bombilla. Pues claro que no podía ser de las plantillas, llevaba un año con ellas y nunca antes me habían dado problemas. Así que a cinco días de la diez mil, me volví a mi antiguo combo plantillas+Saucony y la cosa mejoró sensiblemente. Tanto, que el día de la carrera no tuve que llevar la rodillera. Empecé a hacer cálculos y cantaron como Pavarotti: había empezado con molestias cuando llevaba cincuenta kilómetros con las zapatillas, y aún así las usé 120 kilómetros en total. Horror, terror, pavor.

Me sigue pareciendo increíble que un calzado inadecuado pueda causar tanto dolor y tantas molestias, pero el caso es que es así. 100 euros tirados a la basura. No sé cuál fue la causa, si el exceso de amortiguación o el haber cogido un número más, cosa que no debí haber hecho nunca puesto que las plantillas me las hicieron expresamente para un 39, no para un 40. El caso es que al hacer el juego de la rodilla al volver a poner el pie en el suelo, no tenía nada que me retuviera la retracción. Tendré que dejar esas preciosidades para andar y pedalear e ir ahorrando para unas Saucony nuevas, puesto que estoy corriendo con las viejas y las pobres están ya un poco maltrechas. Y lo cierto es que esto es una lotería, todo en la tienda queda cojonudamente, pero metidos en harina puede cambiar mucho el cuento. Moraleja: si estás cómodo con una marca, no cambies. Poner cuernos puede salir caro. Carísimo.

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