miércoles, 15 de febrero de 2012

SIETE MESES CORRIENDO. OCHO KILÓMETROS. ME SIENTO DESCONCERTADA

imagen cortesía de http://balneariodeparacuellos.com

Hola, queridos runners. Aquí estoy, semipuntual a mi cita mensual y dispuesta a contar mis cuitas de este mes, que no han sido pocas. Estoy un poco atascada y llevo todo el mes intentando dar con la causa. ¿Sobreentrenamiento? ¿Abulia? ¿Miedo? No lo sé. El caso es que  este mes me he llevado un par de sustos que me han hecho replantearme el entrenamiento (por llamarlo de alguna manera): la migraña.
Soy migrañosa, sí, qué le voy a hacer. Es una putada como otra cualquiera. Cada vez tengo menos crisis y menos intensas, ya desde hace tiempo. Supongo que a medida que se acerca la temida menopausia mis arterias cerebrales se van tranquilizando. Pero desde que empecé a correr tengo todavía menos migrañas. O tenía...
El primer aviso lo tuve el día de la San Silvestre al cruzar la meta. Se me redujo la visión lateral. Se llaman auras y son el preaviso de que va a haber migraña, aunque a veces se recupera la visión y el dolor no aparece. Ese día me sucedió así. A la media hora recuperé la visión completa y aquí paz y después gloria. Lo achaqué a haber corrido pasadísima de pulsaciones.
A las tres semanas, empecé con el fartlek, haciendo algunos minutos al 90% de la FC. En el último kilómetro, me sucedió lo mismo. Me dolió un poco la cabeza y el dolor se fue por sí mismo.
Pero en la siguiente sesión el dolor no sólo no desapareció, sino que me duró cuatro malditos días (con medicación) y me impidió correr el resto de la semana. A todo esto, con el maldito dolor de espinillas haciendo su aparición cuando menos hacía falta, como de costumbre. Por si fuera poco, llevaba un mes intentando librarme de dos kilos que había cogido en navidades a base de dieta de polvorones. Y a pesar de que volví a comer normal y seguí corriendo, seguían conmigo. Así que me senté a reflexionar, decidí que estaba corriendo a un ritmo inadecuado para mí y tomé varias decisiones:
1. Volver al trote cochinerísimo. Prohibido pasar de las 150 pulsaciones. Andar al principio de cada kilómetro. Ir al neurólogo, cosa que no me vendría mal, hace dos años que no me ve el pelo.
2. Tres sesiones a la semana como mucho, cuarenta y cinco minutos mínimo corriendo y el resto andando hasta completar la hora. Los días alternos, a andar. Un día a la semana, reposo absoluto.
3. Prohibidos los cambios de ritmo. Terminantemente.
Bueno, desde que me impuse este régimen espartano me he librado de los tres males: ni dolor de coco, ni  dolor de espinillas y los dos kilos ya están fuera. Es lo bueno de haberme pasado de la zona cardio (70-80 FC) a la zona quemagrasa (60-70 FC). ¿Que voy más lenta? ¿Y a mí qué me importa? ¿Acaso hay alguien esperándome en la meta?
Bueno, es posible que sí me esté esperando alguien. Mi marido ha vuelto a correr por fin tras una buena temporada apartado del asunto por una lesión de rodilla. Por supuesto, no vamos juntos. Él corre al doble de velocidad que yo y está preparando media maratón. Nuestro armario es un batiburrillo de ropa de running y acabamos cambiándonos las camisetas y los calcetines. Uno sale por la mañana y otro por la noche. Él se ventila quince kilómetros y yo, con suerte, siete y medio. En algún momento del día, comentamos la jugada, comparamos lesiones y nos damos ánimos. Nos recomendamos aplicaciones del iphone para entrenar, intercambiamos las bolsas de hielo, ejercicios de estiramientos y nos lo pasamos pipa. Por cierto, quizá lo mejor de este mes ha sido descubrir un placer desconocido: el spa. La semana pasada nos tiramos dos horas en el talaso aplicándonos chorros en las piernas. Salimos tamaño llavero, pero completamente nuevos. Creo que lo voy a incorporar a mi entrenamiento: una sesión de spa cada quince días. Porque yo lo valgo ¿o no?
El neurólogo puede esperar...

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