domingo, 11 de marzo de 2012

OCHO MESES, NUEVE KILÓMETROS, ESTOY CONTENTA.


imagen cortesía de www.mundoasistencial.com

         Llevo treinta y cinco semanas corriendo. Ni una más ni una menos. Sé que deberían de salir treinta y dos, pero por el rollo de meses que tienen cinco y meses que tienen cuatro, a mí desde el 12 de julio me salen treinta y cinco. En fin, que son ocho meses. Llevo registro exhaustivo de lo que hago por tabla excel desde la semana diez, es decir, desde que empecé a contar la distancia que corro. El primer registro de la décima semana son tres kilómetros. El último de la trigésimoquinta, es decir, hace dos días, es de nueve kilómetros seguidos. ¿Que si estoy contenta? Subo por las paredes de alegría. En enero me planteé el reto de correr una hora seguida, cosa que conseguí el 31 de enero, justo un mes después de habérmelo propuesto. De hecho, corro sobre una hora y cuarto. Y este mes he cumplido cuarenta y seis años.
            A un mes de mi siguiente carrera, que serán mis primeros 10 kilómetros (15 de abril, La Coruña), estas cuatro semanas me había propuesto alargar las distancias de forma muy paulatina. Está claro que si hago nueve kilómetros soy capaz de hacer diez. Este mes me he planteado el entrenamiento de la siguiente forma:

Lunes: la distancia que toque esa semana. Trote suave y continuo. Prohibido pasar de las 150 pulsaciones.
Miércoles: 10 kilómetros Galloway. 500 metros andando y 500 corriendo. En la fase de correr, incrementar paulatinamente el número de pulsaciones hasta llegar a las 160 si es necesario.
Viernes: a mi bola, pero hay que correr mínimo una hora.

            Los días alternos, si me apetece, puedo andar, bici, hacer estiramientos, nadar, senderismo o rascarme las bolas. Obligatorio descansar absolutamente por lo menos un día. La primera semana no pude cumplir a rajatabla porque el dolor de espinillas volvía a hacer de las suyas, pero aún así no bajé de rodajes de 45 minutos. El hacer Galloway un día me vino de maravilla y por ahora no he vuelto a tener molestias. También hago brutales estiramientos de gemelo, incluso los días que no corro, y he descubierto los beneficios de las cremas de efecto frío como alternativa al hielo. Pero he de decir que estoy bastante hasta las narices del método Galloway y me obligo a seguirlo, porque las partes caminadas se me hacen eternas y las corridas se me antojan muy cortas. Y pasar de andar a correr, vale, pero de correr a andar es un poco tortura china: ya llevo la musculatura caliente para correr y al pasar a andar es como si me cortara el rollo. Aún así, lo hago porque sé que me va bien. Y de paso me sirve para ver si, en caso de que las cosas se pongan muy chungas el 15-A, entraría en meta antes de que la cerraran. Y sí, entraría, por los pelos pero entraría. Y eso es tranquilizador.

            En fin, que mucho antes de un año veo cumplido el sueño de mi vida: ser capaz de hacer ejercicio aeróbico de gran desgaste una hora seguida tres veces por semana. Ahora puedo hacer dos cosas: incrementar la distancia, con lo cual tendría que plantearme preparar media maratón, lo cual no se me pasa por la cabeza, o quedarme en los diez mil como distancia estrella y empezar a entrenar para mejorar mi patética marca velocista. Yo realmente no corro para competir, sería absurdo a mi edad y con lo lenta que voy, pero ir a las carreras me estimula, supone un incentivo a la hora de salir a correr. Me da un gusanillo agradable a medida que se acerca el día de la prueba. Y por si fuera poco, tengo el entrenador en casa y ha vuelto al circuito, con lo cual si yo flaqueo él me anima y viceversa, aunque él no flaquea. Solemos entrenar los mismos días, aunque no juntos, y después intercambiamos impresiones y nos dolemos de nuestras agujetas. Además, dicen que si no tienes un objetivo te acabas adocenando y dejándolo, porque ya no hay nada que te estimule. Yo he elegido cuatro carreras al año, todas diez miles menos la San Silvestre, que son casi ocho, y ya me parece bastante para ser una novata.

            Y hablando de agujetas, que me congratulaba yo mucho de no padecerlas: han vuelto a aparecer, como un amigo plasta. Y todas en sitios donde antes no las tenía. Ahora ya no las tengo en el tren superior, pero las del inferior son un maldito calvario: rodillas, muslos, culo, isquiotibiales... a pesar de estirar. Se salvan mis abductores de puro milagro. En mi trabajo se parten de risa cuando me ven entrar andando como Lina Morgan y subiendo las escaleras en un puro ay. Ya hay quien me ha preguntado si me compensa. ¿Imaginan la respuesta?

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